OPINIÓN
Hay que deshacer la casa
Creo que los periodistas de mi generación hemos tendido a acumular infinidad de papeles y objetos que, con los años, van perdiendo interés
Llega un momento en la vida que tienes que desprenderte de los objetos que te han acompañado desde que eras un joven periodista. En mi caso, el desván en que acumulaba miles de libros, revistas, películas, vinilos, cedés e incluso viejas máquinas de escribir o ... de fotografía está siendo desmantelado. La casa en que hemos pasado más de cuarenta años buena parte del verano o muchos fines de semana y fiestas ha cambiado de manos y todo lo que hay en su interior debe desaparecer.
He conseguido vender o donar algunos objetos, pero aún se acumulan entre sus paredes piezas que no encuentran quien las acoja. En el pueblo, Manzanares el Real, a unos cincuenta kilómetros de Madrid, ofrecí a la Biblioteca Municipal, en un remodelado edifico, mis libros como ya había hecho anteriormente , donando cuando todavía estaba en activo más de tres centenares de ejemplares. La encargada me miró como si fuera un marciano y sin preguntarme siquiera de que libros se trataba dijo que no admitían ningún tipo de donación.
Da igual que fuera un incunable, o un manuscrito o una primera edición firmada, por ejemplo, por Federico García Lorca, no, no se admitían libros. La encargada, me resisto a llamarla bibliotecaria ponía en la misma cesta un libro de autoayuda o el Quijote . Vamos es como ir a la lonja e impedir descargar el pescado, aduciendo que ya hay demasiadas acedías o doradas. No se admiten ni siquiera las urtas.
Dicho esto, creo que los periodistas de mi generación hemos tendido a acumular infinidad de papeles y objetos que, con los años, van perdiendo interés. Nos ha costado desprendernos de ellos. No ocurre, ahora con los jóvenes que tienen en un teléfono toda la información que precisan. Lo mismo sucede con la música o las películas.
En mi caso, en los ochenta, lo primero que hice fue adquirir un reproductor de VHS que, me permitía ver cine en casa. La oferta era escasa y los videoclubs tardaban meses en tener alguna novedad entre sus estanterías. A pesar de estos inconvenientes, los fines de semana, sobre todo, se convertían en una fiesta del cine invitando a casa amigos con los que veíamos alguna película o proyectando con mis hijos algún título de Disney que había llegado al videoclub o grabado de la televisión en mi VHS. Aquel aparato, de grandes proporcione, siempre tenía un lugar en el maletero para acompañarnos durante las vacaciones.
Sucedía, como veinte años antes, cuando la televisión hacía que la gente se parase ante los escaparates para ver un partido en blanco y negro, o atisbar a través de la ventana las imágenes y los sonidos que llegaban de la televisión del vecino.
Recuerdo todo esto, mientras observo en el desván al viejo reproductor de VHS, callado e inmóvil desde hace muchos años, pero que se resiste a desaparecer del todo. Tendré que llevarlo a un punto limpio junto a las pocas cintas que aún conservo y de paso los dvd que las sustituyeron. En estos tiempos digitales lo analógico es arcaico. Lo digo mientras enciendo el viejo tocadiscos que todavía funciona con «Los sonidos del silencio» de Simon & Garfunkel : ojeo algunos de los libros de las estanterías, recuperando los que creía perdidos y elijo alguna película para inyectarla no en el VHS sino en el dvd que, funciona con solvencia. Escojo «Casablanca», mientras observo una reproducción del poster original de aquella película inmortal. Humphrey Bogart e Ingrid Bergman se convierten en testigos de la demolición. Deshacer la casa es revivir los recuerdos y tiempos que, ya nunca volverán.
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