QUEMAR LOS DÍAS
La masa devoradora
Cuando entré en casa, mi mujer me esperaba con el plato de lentejas ya en la mesa. Pero en la tele volvía a salir él
Había tenido sueños inquietos, supongo que por el calor; en ellos, se diluía la imagen de su rostro, con su lustrosa quijada de dientes perfectos, esos que tanto encandilan a Von Der Leyen. En el sueño también percibía sus manos moviéndose todo el tiempo. Me ... levanté con el despertador y a la hora de hacer de vientre, mientras escuchaba el informativo matutino, él ya estaba allí. Lo entrevistaban y él, como de costumbre, hablaba sin descanso. No hay mentiras en mi gestión, decía, sino cambios de criterio. Mientras desayunaba, ya en la mesa del salón, él seguía hablando, y todavía hablaba cuando encendí la radio del coche camino del trabajo.
A media mañana, salí de la oficina a tomar el segundo café del día, y en la tele del bar estaba otra vez él, ahora entrevistado por la periodista líder de los magacines matutinos. De nuevo sus manos, moviéndose como si manejara una baraja invisible, otra vez sus gestos estudiadamente distendidos, su sonrisa de anuncio.
Al volver a la oficina, hice un repaso rápido por las redes sociales. Mirara donde mirara, estaba él, los mejores momentos de su entrevista de la radio, los zascas más rotundos de su entrevista de televisión, en Twitter su nombre era tendencia.
De vuelta para el almuerzo, en la radio del coche regresaba su voz, otra vez lo de que no mentía, otra vez lo de la amenaza de la extrema derecha, él no gobierna con Bildu, qué es eso de derogar el sanchismo.
En el atasco para llegar a casa, dos coches delante del mío, observé los ojos que se dibujaban en el retrovisor. Eran, lo juro, igualitos a los suyos. Miré hacia la derecha, y en un Hyundai que adelantaba, lo vi también a él conduciendo. Recordé de forma instantánea aquella película de terror de los 50 que vi de pequeño y que alimentó durante mucho tiempo mis miedos nocturnos. Se titulaba La masa devoradora, y en ella, una masa alienígena informe y espesa, como una suerte de blandiblup, iba apoderándose de las casas; entraba por las rendijas de las puertas, se colaba en los dormitorios, acababa fagocitando a los habitantes de un pueblo entero como una lava terrorífica.
Cuando entré en casa, atribulado, mi mujer me esperaba con el plato de lentejas ya en la mesa. Pero en la tele volvía a estar él. De repente, sentí una profunda angustia. Pensé en huir, pero dónde. Un súbito retortijón me arrastró hasta el excusado. Aún hoy, pensé, era 7 de julio; quedaban dos semanas hasta las elecciones. ¿Quién podría resistir el asedio de la masa devoradora?
Entré en el aseo, y otra vez hice de vientre, esta vez de forma furibunda. Mientras me desfogaba, observé la mampara de la ducha. Juro que estaba allí dentro. Desdibujadas por el vidrio esmerilado, podía identificar sus manos gesticulantes y el blanco marfil de su dentadura, como un siniestro capricho de Goya.
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