OPINIÓN
La sociedad de la piña
¿Qué alma solitaria, en el silencio de su triste distanciamiento, no esbozó una leve sonrisa ante este comportamiento contradictorio en un contexto trágico?
En esta España tan entrañable, la que a mí me gusta, la del botellín y la charla despreocupada, surgen a veces fenómenos virales que, aunque para muchos pasan desapercibidos, para personas como yo son una especie de festín. No pretendo aquí dictar cómo cada uno ... debe vivir su vida, pero hay cosas que, cuanto menos, resultan llamativas.
Deberíamos hacer una lectura un poco más profunda de ciertos temas que, como el reciente asunto de las piñas de Mercadona, han dejado perplejos a muchos, entre los que me incluyo. He leído de todo en las redes, desde quienes claman por una hecatombe nuclear para acabar con «tanta estupidez», hasta quienes simplemente afirman que «la gente está fatal».
A mí no me parece ni mal ni estúpido meter unas piñas en un carro para llamar la atención. Tampoco creo que se trate de una ingeniosa campaña de marketing; no me parece que quienes se dedican a esa profesión tengan, en general, tal nivel de influencia magistral.
El asunto de las piñas me parece entrañable e infantil. Últimamente, he estado muy en contacto con el mundo infantil, y puedo afirmar que se aprende mucho de los niños de cinco años. Por eso, admiro la ternura de este tipo de conductas tan ingenuas. Y, precisamente por eso, lo encuentro entrañable: porque, al enterarme de lo de las piñas, me he sentido conmovido por la ternura de quienes aún creen que el mundo funciona así.
Además, es un juego. No debemos olvidar la parte lúdica, la necesidad que tenemos los adultos de recuperar el juego y aquellas cosas misteriosas que envuelven cualquier actividad que nos resulte interactiva, mágica, que nos devuelva, aunque sea por un instante, a esos años en los que nos convertíamos en piratas, indios o princesas.
Y no hablemos ya de las antiguas formas de cortejo y seducción. Hoy en día, no hay magia ni erotismo, ni expectativas por cumplir. Todo se reduce a un golpe de aplicación, un clic, un botón. Lo mismo encargamos un mueble de cocina en Aliexpress que buscamos pareja, todo a golpe de clic.
Pienso que el «asunto piña» es un aviso, una especie de señal de auxilio, un fallo en la matrix. Una vuelta de tuerca en este sistema que hemos inventado y que, poco a poco, nos está despojando de cualquier tipo de experiencia diaria que trascienda la pantalla.
Habrá quienes no se hayan enterado del famoso rumor de la piña. Habrá quienes solo conozcan la cháchara y el cachondeo que despierta ese gesto. Pero, en el fondo, subyace la intención de escapar de este contexto triste y gris en el que vivimos diariamente.
Este tipo de ingenio nos define como sociedad. Somos, en realidad, la sociedad de la piña, o del meme. Aquellos que desprecian el gesto, recuerden esos memes que circulaban durante los primeros confinamientos, en aquellos duros días en los que muchos estaban solos, con su familia a cientos de kilómetros. La foto del coche lleno de papel higiénico, o el titular de «Falta levadura en los supermercados por la compra masiva para hacer repostería en casa».
¿Qué alma solitaria, en el silencio de su triste distanciamiento, no esbozó una leve sonrisa ante este comportamiento contradictorio en un contexto trágico? Traslademos esto a un día como hoy, en el que cualquiera puede salir a comprar con la intención de reírse de sí mismo. Después de todo, no somos tan importantes. Y eso es tremendamente entrañable.
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