OPINIÓN
Siempre aparece alguien que te alegra el día
Nunca he entendido el prejuicio de valorar el trabajo en el sector servicios como algo inferior a otras profesiones más técnicas
En un país donde se dice que abundan los camareros, resulta sorprendente que una gran mayoría de personas nunca haya trabajado en el sector servicios, ni siquiera en su juventud. Esto podría explicar la presencia de tantos individuos maleducados que, equivocadamente, se creen superiores a ... quienes trabajan de cara al público.
Es cierto que hay trabajadores en el sector servicios que, quemados por las circunstancias, atienden de mala gana y a veces ahuyentan a los clientes. Sin embargo, mi experiencia en el sector turístico me dice que estos no son la mayoría. Muchas personas llegan a este sector por vocación.
España ha convertido el turismo, con una auténtica vocación de servicio, en un motor económico. Esto se debe a que culturalmente somos uno de los países más abiertos, con un carácter espontáneo y simpático. Sin embargo, esta amabilidad se manifiesta mayoritariamente con los visitantes extranjeros. Es un activo valioso y ancestral, que de alguna manera había que aprovechar.
Nunca he entendido el prejuicio de valorar el trabajo en el sector servicios como algo inferior a otras profesiones más técnicas. La atención al público exige una faceta comercial y una fuerte intuición para establecer buenas relaciones humanas en un corto periodo de tiempo, lo que dura un café.
Es nuestra cultura: somos dicharacheros, pero nos quejamos por todo y, si es posible, hundiremos al prójimo con tal de reafirmar nuestra sentencia de que esto y lo otro no sirve para nada. Una sociedad que no ama su nación repele sus costumbres por considerarlas retrógradas, reniega de su historia reciente, de sus logros, de sus conquistas. Un miembro de una sociedad así no puede entrar en el negocio de un vecino y sentirse dichoso. Basta con trabajar unas cuantas horas en algún chiringuito de playa con una clientela medianamente internacional. Las comparaciones son odiosas.
Cualquiera que se sienta aludido dirá que maleducados hay de todas las nacionalidades. Desde luego, maleducados, feos, guapos, altos y bajitos los hay en todos los países, eso no cabe la menor duda. Pero pienso que el español podría ser el único que lleva por bandera ser maleducado, como si fuera una faceta de la que sentirse orgulloso.
En el repertorio de disparates que uno puede ver trabajando o asistiendo a estos sitios vacacionales, hay de todo. Gente que se salta las colas, que se cuela descaradamente, una costumbre nacional; gente que presiona a los camareros, que no da las buenas tardes, que regatea en el pequeño negocio como si cada tienda familiar fuera un mercadillo. Sin embargo, curiosamente, ese cliente impertinente y chulesco suele ser bastante sumiso con el poder, con los bancos, con los políticos y con los directivos y jefes superiores de las empresas donde trabajan como esclavos para pagarse unas vacaciones.
No todos los clientes españoles que acuden al sector servicios en temporada alta son iguales, hay una minoría que no lo es. Siempre hay alguien que te alegra el día y, después de años, me he dado cuenta de que la perfección en la atención al público pasa por dosificar la energía. Hay que evitar entrar al trapo, evitar que te afecten aquellos cuyo objetivo es la destrucción. Dejar de lado lo malo y dejar entrar lo bueno, y sobre todo estar preparado para esa minoría agradable que habla con educación, que está en el mundo para mejorarse.
Siempre hay alguien que te pregunta cómo estás, cómo ha ido el día. Que te cuenta una anécdota agradable o un recuerdo bonito relacionado con otras visitas. A esos hay que atenderlos igual de bien que a los demás y disfrutarlo internamente. En eso reside la atención al público durante una temporada alta.
Ver comentarios