OPINIÓN

Nada se sabe, todo se imagina

Es innegable que esta idea puede resultar inquietante, casi claustrofóbica, ya que nos otorga una responsabilidad absoluta sobre lo que creemos ver

Hace poco me encontré con esta frase en el perfil de una red social. Lo curioso es que, a pesar de su fuerza, me ha resultado difícil encontrar su fuente original. Parece provenir de un poema de Ricardo Reis, uno de los heterónimos de Fernando ... Pessoa.

No puedo asegurarlo, pero imagino que el autor concibió esta brillante frase mientras meditaba sobre su próximo heterónimo o alguna de sus obras encubiertas. Es habitual, en la historia literaria, el juego de identidades, donde los escritores se disfrazan para despojarse de su ego, o al menos, para disminuirlo. Al hacerlo, buscan formalizar un encuentro más sincero, más íntimo, con una voz que sea pura, estilizada, auténtica.

En realidad, somos lo que nos contamos a nosotros mismos, pero quizás también estemos compuestos por lo que otros nos han contado. Esta idea siempre me ha fascinado, pues me recuerda que, si las historias que nos narramos están basadas en ficciones o en mentiras, nuestra percepción de la vida carece de verdad. Poco o nada hay de real. Nada se sabe.

Sin embargo, es necesario matizar. Sospecho que, entre todo lo que pasa por nuestra mente —enredado con ideas inventadas y relatos imaginarios— la única faceta verdaderamente crucial para nuestra vida cotidiana está relacionada con nuestra capacidad creativa. Al fin y al cabo, prácticamente inventamos lo que creemos, lo que nos decimos.

Es innegable que esta idea puede resultar inquietante, casi claustrofóbica, ya que nos otorga una responsabilidad absoluta sobre lo que creemos ver, lo que queremos ver, y lo que necesitamos ver. Pero, a la vez, nos ofrece una libertad esencial, porque nos hace creadores de nuestra propia realidad.

Si llevamos esta reflexión hacia un terreno más teológico, podríamos concluir que tiene sentido que nos asemejemos a un creador absoluto o a un diseñador supremo, ya que diseñamos nuestra vida basándonos en una experiencia puramente creativa. Sin embargo, dejando de lado las creencias, cada día tengo la sensación de que vivimos en un mundo que hemos creado entre todos. Un mundo donde, cada vez más, se prioriza el engaño y la ilusión. Los grandes maestros de los medios de comunicación siempre lo han sabido, al igual que los diseñadores y programadores de las redes sociales. Nuestra faceta más poderosa —la creatividad— nos hace paradójicamente vulnerables en este universo tan visual y artificial.

En los últimos tiempos se habla mucho del avance de la inteligencia artificial y de las tecnologías emergentes, que parecen predecir un futuro socialmente disfuncional. Un futuro en el que estaremos hackeados, mezclando nuestra biología con la tecnología robótica.

Para ilustrar mejor esta perspectiva, me remonto al año 2009, cuando los dispositivos Kindle empezaban a invadir los hogares. Durante al menos cinco años, se debatió sobre el futuro del libro impreso.

Curioso. Aquí estamos, en 2024, y los libros en papel se venden más que nunca. La innovación ha llegado, sí, pero en forma de audiolibros, como respuesta a una vida más activa y flexible con los formatos.

Ciertamente parece que sí: Nada se sabe, todo se imagina.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios