OPINIÓN
El rumor de las olas
Siempre hay ruido, interrupciones y distracciones que nos empujan a renunciar a nuestra capacidad de conectar profundamente con lo que vemos, escuchamos y saboreamos
Seguramente, los más jóvenes no lo sabrán, pero existe una película maravillosa titulada 'El cartero y Pablo Neruda', basada en una novela muy interesante. Esta obra relata la entrañable relación entre Pablo Neruda y un humilde cartero durante la estancia del poeta en un pequeño ... pueblo italiano.
Al igual que en la literatura, la historia del arte, la música y la vida misma, una película puede ofrecer enseñanzas mucho más profundas de lo que solemos imaginar. Esta película siempre me ha fascinado, en parte porque se puede disfrutar en distintos momentos de la vida y, en cada ocasión, revela algo nuevo. Quizás ahí reside la esencia de la sensibilidad artística: en la capacidad de sorprendernos con cosas que, aunque guardadas en nuestra memoria, adquieren nuevos matices con el paso del tiempo.
El protagonista, Mario, un hombre sencillo y humilde que trabaja como cartero, se convierte en aprendiz del gran poeta. Bajo la guía de una de las figuras más universales de la poesía, busca comprender el lenguaje de las emociones.
No nos engañemos: como decía Lorca, «la poesía es la unión de dos palabras que uno nunca creyó que pudieran juntarse y que forman algo así como un misterio». Sin embargo, esto no significa que, en nuestro afán por expresar la belleza de la naturaleza o de cualquier otra experiencia, no podamos perdernos en un océano de metáforas y recursos poéticos que incluso la persona menos leída podría emplear de manera innata.
Nadie puede otorgar un certificado de sensibilidad artística. Esta depende del tiempo, del entorno, del estado psicológico y de la presión. Los grandes escritores saben que su mayor enemigo es ellos mismos, especialmente cuando el síndrome de la página en blanco aparece. Para algunos, esta lucha puede durar años, sumiéndolos en una suerte de purgatorio en vida.
Vivimos en una época caracterizada por una pérdida creciente de sensibilidad y de cualquier estructura metafísica o interior. La falta de atención nos está conduciendo a una especie de anestesia sensorial. Se percibe en el ambiente: cada vez hay menos productos culturales realmente innovadores, con un nivel aceptable de creatividad. Nos cuesta disfrutar plenamente de una película, concentrarnos en un cuadro o escuchar con paciencia un buen disco. Siempre hay ruido, interrupciones y distracciones que nos empujan a renunciar a nuestra capacidad de conectar profundamente con lo que vemos, escuchamos y saboreamos.
Seamos sensatos y reflexivos, si es que aún queda una minoría que cultiva el hábito de la reflexión. Estamos perdiendo muchas de nuestras facultades más humanas.
En este momento del verano, lo que queda de él, podríamos intentar contemplar el mar, quienes tengan la oportunidad, de una manera diferente, como si fuera una despedida. El rumor de las olas ha estado ahí todo el año, pero, por alguna razón que solo nosotros podemos sentir, suena a despedida en esta época del año. Así como el rumor de las olas, la brisa, el cielo, las puestas de sol, cualquier cosa que nos recuerde que somos más que máquinas de producir, debería ser atendido, aunque sea en pequeñas dosis.
Recuperar el misterio. Creo que fue Carl Gustav Jung quien dijo que» la oscuridad puede ofrecernos depresión y soledad, o misterio». Todos deberíamos ser conscientes de que estamos perdiendo esa parte de nosotros que nos hace artistas y creativos; seres humanos dignos. Deberíamos tomar las riendas de nuestra experiencia antes de que sea demasiado tarde.
Desde hace un tiempo, siento la necesidad de una especie de rebeldía contra el sistema impuesto. Quizás sea cosa mía, pero detenerse a sentir, a disfrutar realmente de la experiencia artística con paciencia y tiempo, es una forma de revolución que está pasando totalmente desapercibida.