OPINIÓN
Releído
Tal vez nos cueste reconocer que leer no solo está bien, sino que es una de las mejores cosas que podemos hacer por nosotros mismos
Me encanta explorar el ecosistema de las redes sociales, pasearme por perfiles de personas que, de un modo u otro, se mueven en los temas que me interesan: el fascinante mundo del libro.
Ahí se encuentra de todo. Desde quienes veneran los grandes clásicos hasta ... escritores que comparten consejos sobre cómo escribir. Hay perfiles dedicados exclusivamente a reseñas de géneros específicos, catedráticos que dan clases de literatura en YouTube y comunidades enteras que parecen bibliotecas vivientes. Es un universo tan amplio como diverso.
En los últimos años, han emergido perfiles de lectores omnívoros, personas que devoran absolutamente todo lo que cae en sus manos. Conforme avanzan con sus cuentas, no solo construyen bibliotecas, sino comunidades. Estos clubes de lectura multitudinarios no solo conectan a lectores, sino que, en muchos casos, revelan una intención profunda de mejorar su bagaje literario. Algunos incluso comparten orgullosos cómo han conseguido libros emblemáticos, de esos que nos marcaron en la escuela y nunca pasan de moda.
Es curioso cómo, al final, la gente inevitablemente regresa a los clásicos. Esos pilares literarios que han sido la base de conocimiento para tantos escritores que hoy encabezan las listas de bestsellers. En este vibrante ecosistema literario, me llama la atención una tendencia: muchos reseñadores anuncian la adquisición de algún libro de realismo mágico con frases como «Estoy releyendo» o «Releído». No dudo que algunos realmente lo hayan hecho, pero me cuesta creer que todo el mundo tenga tiempo —y voluntad— para releer con tanta frecuencia.
¿Nos avergüenza admitir que hay libros que no hemos leído? ¿Que, quizá fue a partir de abrir un blog o una cuenta de Instagram cuando empezamos a leer regularmente, adoptando la lectura como hábito semanal? Tal vez nos cueste reconocer que leer no solo está bien, sino que es una de las mejores cosas que podemos hacer por nosotros mismos. Nos hace bien, quizás tanto o más que el ejercicio físico. Pero al confesarlo, sentimos que hemos llegado tarde a una fiesta que lleva toda la vida ocurriendo.
Tomemos a Gabriel García Márquez como ejemplo. Cualquiera que haya leído Cien años de soledad sabe que no es un libro para leer una sola vez. Es una obra que se vuelve compañía de por vida, que nos invita a viajar en el tiempo y el espacio cada vez que volvemos a ella. Porque a Gabo no se le relee: se le vive, una y otra vez, en etapas distintas de nuestra vida.
Lo mismo sucede con Don Quijote. Cualquiera que haya sucumbido al encanto de las aventuras del caballero de la triste figura sabe que volverá a él. No por obligación, sino porque cada lectura es un redescubrimiento. El Quijote es un texto que madura con nosotros, escondiendo nuevos significados a medida que avanzamos en nuestra propia vida. Es, por eso, la mejor novela jamás contada.
Vivimos en una sociedad donde la culpa y el miedo al fracaso nos marcan profundamente. En España, a menudo nos dejamos llevar por las modas, por mostrar en redes sociales que somos lectores voraces y refinados. Queremos hacer ver que lo leemos todo, que releemos a los clásicos como si fueran nuestro pan de cada día, pero sin caer en parecer demasiado pretenciosos.
Por eso, la próxima vez que veas un perfil donde alguien afirma haber releído tal o cual libro, tómalo con cautela. Quizá esa persona no haya absorbido lo más nutritivo del texto, o tal vez no haya dejado reposar lo suficiente lo que leyó. En el afán de estar continuamente subiendo fotos y opiniones, puede que algunos no tengan tiempo para disfrutar, reflexionar y aprender de lo que realmente significa una buena lectura.
No te fíes de quienes parecen obsesionados con demostrar lo mucho que leen, pero no tienen la humildad de admitir que cada libro, cada lectura, es un universo por descubrir.