OPINIÓN
Te recuerdo
Escribo esto para homenajear a todos los que nos encontramos después de muchos años y que en algún momento fueron alguien importante o relevante en nuestras vidas
Desde que comenzó el año, cada semana intento ser puntual con mis columnas. Para mí, está siendo un estímulo importante, una manera de recuperar la agilidad con los dedos, como les sucede a los maestros del piano, salvando las distancias. Comprometerse a entregar puntualmente un ... artículo cada semana también supone un ejercicio de disciplina significativo. Y en caso de no llegar a tiempo, se convierte en un ejercicio de autocontrol. Es fácil perder los nervios cuando no se cumple el plazo, ese límite impuesto para que el artículo pueda ser publicado sin dificultar el trabajo del editor.
Hoy escribo esto en una cafetería, sin saber siquiera si podré entregarlo, creo que superando con creces el límite comprometido, estirando el tiempo al máximo. Me di cuenta mientras hacía la compra en un supermercado, mientras pensaba en mis cosas. ¡Coño, el artículo! Salí corriendo y me detuve en una cafetería para escribir esto que les estoy contando. Por primera vez, creo que me siento escritor en mi vida, mientras pienso unos segundos antes de ponerme con el artículo. Observo cómo una señora mayor intenta adivinar la forma de todos los dibujos y pegatinas que mi hija ha pegado en mi portátil. Llevo mi ordenador decorado por mi hija de cinco años, y no me da vergüenza. Para mí, son como premios y medallas. Cada vez que me da una de esas pegatinas siento que me las ha regalado porque he hecho algo bien como padre. Pienso que quizá debería ser al contrario, debería ser yo quien la premie.
Regreso mentalmente a todo lo que me ha pasado en el día, en mi día a día, que muchas veces es un tanto peculiar. Creo que llevo una vida peculiar. Y ahí es donde reside el tema principal sobre el que quería escribir hoy, en esta cafetería. Me viene a la mente algo que me ha sucedido hace menos de una hora. Mientras pagaba urgentemente la compra del supermercado para salir corriendo y sentarme a escribir este puñetero artículo.
Él se dio cuenta, y yo me sentí un poco mayor, mucho. Los que me leen habitualmente saben de mi preocupación por la crisis de los cuarenta. Desde pequeño soy así, me preocupo antes de que las cosas pasen. Mi mujer ya sabe que estoy en la crisis, pero no me lo recuerda para que no me obsesione.
La persona que me cobró recordó mi nombre: «Daniel, tú eres Daniel», me dijo. Yo no logré recordarlo de inmediato, ni a él ni a su nombre. Pero debe ser mágico eso de la niñez, quizá de verdad fuimos tan felices como para recordarlo toda la vida, hasta que nos muramos. Lo recordé como el hijo de la cocinera, porque su madre nos daba de comer a todos los niños del colegio, en el comedor. En aquel amplio comedor.
No lo reconocí hasta que intercambiamos unas cuantas frases. No sé realmente si la vida lo ha tratado bien o mal, y no sé si la alegría que demuestra es fingida o de verdad es así porque lo conozco desde hace treinta años sin conocerle. Lo que sí sé es que ese encuentro me alegró el día, principalmente porque me hizo regresar al colegio, donde éramos realmente felices. Volví al colegio público Al-Andalus.
Escribo esto, precisamente hoy, porque últimamente estoy regresando a aquellos felices noventa, y me pasa a menudo. Escribo esto porque no creo que sea malo regresar ni que te recuerden después de treinta años. Quizá, siendo tan chico, dejé una buena impresión.
Escribo esto para homenajear a todos los que nos encontramos después de muchos años y que en algún momento fueron alguien importante o relevante en nuestras vidas. Y que además aparecen en el momento menos esperado, para alegrarte el día.
Para recordarme que sí, es verdad, en algún momento fuimos felices.