OPINIÓN
El puto amo
El Chorlo era un sin vergüenza y si te la daba era porque tu querías, no porque era un canalla. Después de todo así lo hacía con sus hermanas, sus novias, sus padres, sus «amigos»
Debo estar pasando por una especie de crisis de los cuarenta, o algo parecido, cuando de vez en cuando, y de manera recurrente, se me aparecen como flashes algunos perfiles de personas que habían quedado prácticamente en el olvido. En algún momento de principios del ... milenio, no sé exactamente en qué año, estuve saliendo con una pandilla de la que apenas tengo noticias. Y siempre me quedará el recuerdo de un personaje al que le llamábamos Chorlo, era su alias, por supuesto, se llamaba Alberto, de apellido Sánchez. Alberto Sánchez de toda la vida.
En aquel entonces, creo que no estaba de moda aquello de alabar con la típica frase de «eres un crack», «un máquina», o «el puto amo». Pero siempre he tenido constancia de que el Chorlo sí que era «el puto amo» en eso de dar la coba máxima a cualquiera, y a mí el primero. A saber, entre la multitud de anécdotas del Chorlo estaban las de: entrar sin un duro en la discoteca y salir bebido y con medio paquete de tabaco en la mano, ser dueño de un Audi sin apenas cotizar, llevar tres años en el primer curso de ingeniería electrónica sin que sus padres dejaran de pagarle la estancia y la comida en Sevilla. Todo un regalito del señor, el chorlo.
El Chorlo era alto y en realidad bastante bien parecido. Acaparaba todas las conversaciones y entraba en combate, a lo Chuck Norris, si en algún momento de la noche había discordia, o pelea post botellón. Por supuesto, no ponía un duro para ningún botellón. Sabía de todo y no permitía que nadie le dejara en evidencia. Era el puto amo.
En realidad, siempre quise llevarme bien con el Chorlo, pero su chulería me lo impedía. Te la jugaba y se salía con la suya, y siempre acababa uno con un mal sabor de boca cuando entraba en discordia con él. Después la gente siempre le perdonaba sus «gamberradas» porque parecía que era así por naturaleza, y por eso había que perdonarle. Como que eso le daba una justificación divina. El Chorlo era un sin vergüenza y si te la daba era porque tu querías, no porque era un canalla. Después de todo así lo hacía con sus hermanas, sus novias, sus padres, sus «amigos».
Por aquel entonces, yo era un poco pazguato, tontito o poco espabilado. Y han tenido que pasar unos cuantos años para que el Chorlo, de manera recurrente, dejara de aparecer como el puto amo en mi mente. Ya no lo recuerdo así, sino que, con el paso de los años, y a sabiendas de todo lo que hay que hacer para perdurar, para conservar lo poco que uno puede llegar a tener, si es que tenemos algo en la vida, creo que el Chorlo en algún momento acabaría por caer en el olvido de esa pandilla y todas las demás. Y pasaría a convertirse en un pequeño desgraciado.
Y digo pequeño por eso de reducirlo a lo que en realidad siempre había sido. Una persona pequeña, con un corazón pequeño siempre intentando avasallar a todo el mundo. Un narcisista en potencia que seguramente, y paradójicamente, no soportaría ni mirarse al espejo.
Hoy en día nada me impide hablar así del Chorlo, porque sé que él no se acuerda de mí. Me fui de esa pandilla y pasaron unos cuantos años hasta que volvimos a coincidir, y no fue ni de manera presencial. Había sido él quien había contactado conmigo a través de Facebook, cuando la red social empezaba a despuntar y todo el mundo contactaba con sus colegas del insti. Ya no parecía tan altivo hablando, me abordó con humildad a través de la mensajería privada. Y después de unos cuantos años sin saber nada de él, habiendo perdido todo el contacto en realidad adrede, me preguntó si quería ir a su boda. Y tuve el privilegio y el placer, cosa que pocas veces puede hacer uno en la vida, de mandar a tomar por culo al puto amo.