OPINIÓN
Perdedores de espíritu
En algún momento tendremos que renunciar a ser tan pusilánimes, carentes de propósito y poco conscientes de los valores más importantes
Alguien me dijo una vez, una verdadera especialista en el tema, que nos reprochamos continuamente todo, asumimos la culpa y prácticamente dedicamos nuestra vida a construir una historia alrededor de ella. Sentirse culpable es fácil; lo verdaderamente difícil es asumir la responsabilidad de forma directa.
Quizá este concepto ha calado profundamente a nivel cultural y educativo. Aprendemos a culpabilizarnos y a culpar a otros, como si todo girara en torno a nosotros. Nos sentimos culpables de esto y de aquello, pero somos poco responsables de nuestras acciones y de las consecuencias que conllevan.
Últimamente he llegado a la conclusión de que esto podría ser una especie de herencia histórica. Durante décadas hemos vivido en un paréntesis, un purgatorio en vida. Las dictaduras, en ese sentido, son un infierno para el espíritu humano. Quizá nos quedamos huérfanos de ese padre omnipotente, y la sociedad ha anhelado durante décadas otro padre todopoderoso que, aunque sepa de otras cosas, lo sepa todo igualmente.
Lejos de evolucionar hacia una sociedad más progresista y avanzada, en la que el sentimiento de culpa desaparezca, creo que hemos transformado este concepto tan inmaduro en algo más sofisticado. Hemos interiorizado la inmadurez mental de tal manera que, personalmente, no sé si en algún momento nuestros descendientes conseguirán liderar un modo de operar más avanzado.
Esta sociedad de la culpa, una sociedad de perdedores, tan decadente, la llevamos prácticamente en el alma. Asumimos y aceptamos, diga lo que diga la razón, que todo lo que pasa en nuestras vidas, en nuestro gobierno, en nuestra sociedad, ocurre como por arte de magia. Y siempre buscamos a alguien en quien reflejar nuestros males internos.
Paradójicamente, sentimos que así es, pero no ponemos remedio a nada, quizá también por una especie de indefensión aprendida. Tenemos a especialistas recordándonos qué pasa si forzamos la máquina, si malgastamos el dinero, si no ahorramos para la jubilación, si abusamos de las drogas y la comida basura. Y digo paradójicamente porque parece que cada vez tenemos una sociedad menos saludable, más despilfarradora y ruinosa. Y más decadente. Peor gestionada.
Cada vez que miro a mi alrededor y veo los problemas que quitan el sueño a la gente en general, recuerdo lo que me transmite esa entrañable pequeña sociedad en la que se mueven mis hijas, de colegios y parques, en los que son pequeños seres inocentes que todavía no saben ni entienden qué significa ser responsable. Les duele la barriga cuando comen demasiado chocolate, se caen porque no son precavidos y necesitan aprender, y solucionan las cosas de manera impulsiva, sin pensar dos veces lo que van a hacer o decir. Sus héroes suelen ser unos seres pequeños y animados, protagonistas de alguna ficción infantil de moda.
En algún momento, de manera natural, tal como hicimos cuando salimos de las cavernas, tendremos que volver a esa naturaleza del espíritu humano que decide, que es responsable y consciente de lo que significa la supervivencia y la lucha por el verdadero progreso. Y no esta enfermiza obsesión por la comodidad y por el llanto fácil. En algún momento tendremos que renunciar a ser tan pusilánimes, carentes de propósito y poco conscientes de los valores más importantes. Tendremos que aprender a ser responsables. Tendremos que dejar de volcar nuestras ilusiones en los resultados de algún deportista de élite, como si su victoria alimentara de verdad nuestra alma.
Podemos parchear todo esto con la última moda en filosofía de vida. Incrementaremos la asistencia al psicólogo como el último recurso de una sociedad enferma, pero en el alma. La solución nunca fue tan fácil; tenemos todo lo que queremos a nivel tecnológico. Pero fallamos en el espíritu.
Podemos volcar nuestras esperanzas en algún deportista de élite. Y aparentar que celebramos algo, que en grupo somos mejores que otros. Que les hemos ganado. Aunque la triste realidad es que la mentalidad y el estilo de vida que llevamos es el de perdedores.