OPINIÓN

La pandemia no cambió nada

Generalmente pensamos que todo gira a nuestro alrededor y que solo nosotros podemos salvar este apocalíptico mundo en el que vivimos

Cuando la gente, opinadores, tertulianos, vecinos, comentaristas y cualquier tipo de hablador profesional analiza el estado de la sociedad, suele recalcar cosas como que «la sociedad va a la deriva» o que «el mundo moderno está en peligro».

Y yo cada día pienso más que ... en realidad nunca ha habido un problema creado por arte de magia, ni estamos sumidos en una profunda tragedia apocalíptica de la que alguien tiene que salvarnos. Posiblemente sí que hay algo de egocentrismo perpetuo. Generalmente pensamos que todo gira a nuestro alrededor y que solo nosotros podemos salvar este apocalíptico mundo en el que vivimos.

Es algo muy occidental; parece que todo se ha creado gracias a los viejos países occidentales, en los que vivimos los ciudadanos más egocéntricos del planeta. Con respecto a todos los problemas del ser humano, nos sentimos culpables y obedecemos las órdenes y las leyes impuestas para salvar el mundo.

Un día cualquiera te levantas y hay una pandemia. Y depende de ti que miles de personas mueran. Te tienes que poner la mascarilla en las calles más transitadas de los sitios más turísticos, el comercio y la hostelería se vuelven peligrosos. Pero en el fondo, todos sabemos que en cualquier momento la gente se va a quitar la mascarilla para lamerse unos a otros en discotecas, o para una verificación facial antes de un pago con el móvil.

Debemos comprar coches eléctricos a precios prohibitivos con el objetivo de crear un mundo verde. Debemos invalidar la industria del coche europea con estos proyectos poco viables para acabar comprando coches chinos. Y nos da igual acabar con la mayor industria española, la de la fábrica de motores, para salvar el mundo. Aunque sepamos que Pedrito coge el avión hasta para comprar tabaco.

Debemos descarbonizar Europa entera, pese a que la producción de energía renovable será anecdótica. Las placas solares están bien, aunque no tengamos muy seguro cómo producir energía renovable para la industria más pesada. Debemos hacer esto y aquello. Y, sobre todo, debemos meternos en guerras como la de Ucrania, para castigar a Rusia comprando el gas a Estados Unidos a un precio que no ayuda a remontar la industria en Europa. Debemos quizá empobrecernos por el bien de los demás.

Y así seguimos con cada gesto que hacemos. Cada proyecto resulta igual pero diferente al mismo tiempo. Alguien, no se sabe muy bien quién, lleva el control de nuestras vidas. Y ya no se trata de algo conspiranoico. Pero en algún momento tendremos que darnos cuenta de que no todo es lo que parece. La política apocalíptica no es lo que parece.

Alguien dijo en una entrevista que la verdadera guerra del siglo XXI se librará entre globalistas y soberanistas. Quizá llegue un momento en el que los occidentales abracemos la realidad otra vez, a la antigua usanza, en plan aristotélico.

En ese momento, tal y como ya nos contaba el sabio Antonio Escohotado, todos entenderemos que no se puede creer en la antítesis. Y que, pese a que la autoridad te puede decir que lo que tú eres no es así, o lo que tú piensas no es la realidad, el mundo sigue, y la verdadera naturaleza y la realidad de la naturaleza siempre acabarán imponiéndose.

En algún momento todo se caerá. Toda esa farsa que solo sirve para dominarnos económicamente se caerá. Y no se trata de volverse negacionistas, al fin y al cabo, no se trata de negacionismo, sino de negocionismo. Llegará un momento en el que la soberanía se impondrá. Y esa sí que será una revolución.

Mientras tanto, seguirá la opresión del poder internacional hegemónico. Nunca hemos estado mejor que ahora y, sin embargo, nos quieren convencer de que el mundo se acabará y que todos moriremos. Pero la realidad acabará imponiéndose. Tarde o temprano.

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