OPINIÓN
El mundo que nos unió
Pero es mentira eso de que al ser padre se sabe más o menos cómo piensan tus padres
A menudo ocurre que las cosas no se dicen porque se dan por sentado. Nos comunicamos de manera peculiar. A pesar de que constantemente nos bombardean con consejos sobre la importancia de las relaciones personales, con tutoriales para evitar el aislamiento, con la necesidad de ... expresar todas aquellas cosas que nunca decimos. A pesar de que nos resulta cada vez más convincente sacar valor para pedir perdón, disculparse por todo aquello que hicimos, de lo que nos arrepentimos.
Sin embargo, yo construyo mi mundo interior a base de trofeos emocionales. Voy guardando pequeñas piezas, trocitos de recuerdo. Los pongo a buen recaudo, como si se tratara de una pequeña colección. Soy consciente de que entre todas las cosas que tengo, que son pocas, estas son las más importantes: Hay algún recorte de periódico, algún diploma de un concurso infantil, alguna foto especial de entre todas las que me habrán tomado. Sobre todo, de esas de las que no era consciente, en algún momento de mi infancia.
Le tengo especial cariño a una en la que estoy con mi padre. En realidad, no estoy a su lado porque soy muy pequeño todavía y me tiene entre sus brazos. La foto nos la habría tomado mi madre, en Matalascañas, en un soleado día de verano, del año 86. Podría ser.
Nos estamos mirando. Yo tengo mi brazo rechoncho levantado, quizás señalándole. El Dani de esa foto todavía tiene unos tiernos y suaves mofletes, así como el cabello ondulado y moreno. Es un Dani angelical e inocente. Mi padre, que tendría ahí unos treinta recién cumplidos, me mira de reojo, tiene el aspecto atlético que le caracterizaba en esa época debido a las largas jornadas de trabajo en la animación turística.
¿Qué estará pensando? Me pregunto cada vez que miro esa foto. De entre todas las fotos que tengo en un pequeño montón metidas en una caja de zapatos, siempre que las barajo me paro en esa foto concreta. ¿Qué estará pensando mi padre?
Tengo alguna foto similar con mi hija en brazos, en días soleados, en playas, en parques. En días en los que viene bien una foto para recordarnos lo maravilloso que es el mundo, pese a todo. En alguna salgo también mirándola de reojo, como si no pudiera evitar observarla mientras nos inmortalizan. Y sé perfectamente lo que pienso. Sé que pienso: «hija mía, este mundo es tuyo, sal a comértelo. Este mundo es nuestro. Te quiero».
Pero es mentira eso de que al ser padre se sabe más o menos cómo piensan tus padres. Por más que miro esa foto, y alguna más, no hago más que preguntarme en qué estaría pensando mi padre cuando nos tomaron esa foto. Lo miro como un hijo. Pero ahí tiene treinta años, ha vivido una juventud llena de responsabilidades, de trabajo duro. Tiene a su primer hijo en brazos. ¿El mundo será de los dos? ¿Lo pretende él? No me conoce.
No tiene ni idea. No sabe que seré un mal estudiante. No sabe que no me gustará el karate, pese a que le insistiré en apuntarme. No sabe que me harán daño, que sufriré largos periodos de melancolía, rozando la depresión; esa tristeza crónica que padecemos los Lanza, que quizá sea genética. No sabe que empezaré a escribir, y que pase lo que pase no terminaré de hacerlo. No sabe nada de mí, y sin embargo me quiere. Me debe querer porque, aunque no sé lo que piensa, su mirada es muy parecida a la que tengo yo en fotos similares con mi hija.
Alguien me dijo una vez que dejaría de escribir cuentos de terror cuando tuviera hijos. Porque no hay forma de superar, en la escritura, la pesadilla que siente un padre cuando se despierta de noche, pensando en si su bebé está bien. No hay una angustia parecida. No hay una manera artística adecuada o veraz para transmitir esa emoción. No se puede.
No soy capaz de mirar esa foto como un padre, solo como un hijo. Y solo he entendido lo mucho que me importa mi padre cuando yo he sido padre. Ahora está conmigo y no sé cómo será este mundo cuando él se vaya. Pero estoy seguro de que cuando él no esté sabré como se sentirán mis hijas cuando yo me vaya.
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