OPINIÓN

Mañana nadie nos recordará

Nadie nos recordará ni sabrá cómo fuimos, qué dijimos, cómo nos comportamos, si fuimos buenos o malos, con todo lo relativo que eso puede llegar a ser

Creo que las mejores historias suelen pasar desapercibidas. Y una pequeña parte de esas mejores historias puede llegar a ser películas, buenos libros o bellas canciones. Así es como los seres humanos navegamos entre los sueños de unos y otros, en muchos casos sintiéndonos afortunados ... por no ser los protagonistas de una tragedia.

Hace poco, me sentí espectador de una tragedia cuando escuché a una vecina hablar sobre su difunto marido. La señora había perdido hacía relativamente poco al hombre con el que había compartido toda su vida. «Resulta extraño pensar que cuando más lo echas de menos es en los momentos más inoportunos», decía. A modo de anécdota, hablaba sobre aquellos momentos en los que le recordaba sus manías, de aquellos gestos del día a día que, de tan cotidianos, pasan desapercibidos; el plato aquí en vez de allí, el paño de aquella manera. Y que ahora, meses después de haberle llorado, de haberle echado de menos durante las frías noches de invierno, le habría gustado tenerlo a su lado quejándose de ese plato mal puesto o esa especia de más en la receta. Después de todo, no hay mayor riqueza en una pareja que la que se acumula con gestos y recuerdos cotidianos.

Dentro de unos años, nadie recordará mi nombre. No había sido consciente de esto hasta el momento en el que escuchaba a la viuda. Supongo que en el caso de que alguien esté para llorarme, recordará todo aquello que aparenté ser. Le vendrán a la mente recuerdos a modo de homenaje. Pero con el pasar de los años, los hijos de los hijos de mis nietos no recordarán mi nombre. Y me perderé en el olvido.

Es un asunto problemático, vaya. No sé si mucha gente se detiene a pensar en esa cualidad tan leve de nuestro legado personal, si es que en algún momento tendremos la oportunidad de construir un legado decente. No solamente se va la vida; nuestro ser se va con ella. Y nuestro espíritu se diluye en el viento después de los años.

Lo mejor es aceptar esta pérdida tal y como aceptaban la muerte las antiguas religiones nórdicas. La muerte es un paso más, una etapa más en el camino hacia otra cosa. Si es así, no tiene por qué importarnos cómo nos recuerden en este plano físico.

Propongo que las personas normales pensemos en todo eso seriamente. Que los que no tenemos la oportunidad de inventar algo que cambie el curso de la civilización nos paremos a pensar muy profundamente en la posibilidad de que nadie nos recuerde. Y que, si es así, si este es el único momento de impacto real en nuestro entorno, que por favor lo aprovechemos.

Nadie nos recordará ni sabrá cómo fuimos, qué dijimos, cómo nos comportamos, si fuimos buenos o malos, con todo lo relativo que eso puede llegar a ser. No saldremos en libros de historia, ni seremos personajes secundarios de novelas históricas. Ni habrá fotos de nosotros guardadas en algún archivo municipal o en alguna colección privada de algún colegio profesional.

Por todo esto, empiezo a creer firmemente que cada momento es eterno. Si nadie recordará mi nombre, solo yo seré importante para mí mismo. Y la relación que tenga entre lo que hago y digo tiene que estar en concordancia con mi integridad como persona. No importa el resultado porque no nos recordarán por ello, pero sí importa cómo nos sintamos cuando hagamos lo que tengamos que hacer. Hacer simplemente lo que se tiene que hacer no nos hará eternos. Hacer lo que se debe hacer será el único legado, por mucho que no nos lo reconozcan, que tendrá nuestra huella.

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