OPINIÓN
Todos a la guerra
Recientemente se habla de «ambiente belicista» en Europa. Se habla también de «escalada» de la guerra de Ucrania. Todo es muy oscuro, aparecen aquellos relojes, termómetros o sistemas de medición internacionales que presagian un peligro mundial
Asusta la ligereza, el poco rubor, yo casi diría el menosprecio, con el que se tratan ciertos temas hoy en día. Dirán algunos que las redes sociales, donde todo el mundo opina por opinar, sin tener el mínimo de criterio, tienen culpa de ello. El ... último tema sobre el que se opina muy fuerte es el de las posibilidades de una tercera guerra mundial. Sabíamos la mayoría que la ESO hizo estragos con el nivel educativo. Lo sabíamos incluso los que hemos sido víctimas de ella. Y creo recordar que uno de los temas que se machacaba era el de la Segunda Guerra Mundial. La Segunda Guerra Mundial ha ocupado muchos cursos escolares, ha salido en enciclopedias, casi es un subgénero del cine. Hay que tener la sensibilidad de un palo de fregona si uno no ha empatizado con películas como La lista de Schindler. Pero parece que tenemos un concepto equivocado de lo que puede suponer una Guerra Mundial. No lo entendemos, de la misma manera que no entendíamos cosas sobre virus, mascarillas, vacunas.
Recientemente se habla de «ambiente belicista» en Europa. Se habla también de «escalada» de la guerra de Ucrania. Todo es muy oscuro, aparecen aquellos relojes, termómetros o sistemas de medición internacionales que presagian un peligro mundial, como aquel reloj que medía si el mundo se acabaría pronto debido a los efectos de la Guerra Fría. Decían que cuando las manecillas marcaran las doce el mundo se acabaría; por una bomba nuclear, una pandemia, o cualquier peligro que aniquile a toda la raza humana. Se acabaría todo, como en la película esa de Terminator, y volveríamos a correr en taparrabos. Volveríamos a ser nómadas, a cazar lo que quede vivo ¿Cazaríamos cucarachas?
Hasta hace un cuarto de hora, como quien dice, gran parte de la población se había apoderado de toda clase de cosas para sobrevivir a un gran apagón. Yo fui un día al supermercado y me cargué de latas de conserva. No sabía cómo iba a calentarlas si el gran apagón europeo llegaba, pero las compré para sentirme bien. Lo mismo harían todos aquellos que cargaron sus coches, algunos muy grandes, con paquetes y paquetes de papel higiénico durante los confinamientos. Y levadura. Había que hacer algo, comprar algo, había que hacer lo que fuera para remediar nuestras crisis neuróticas.
Ahora toca guerra. Hace no mucho, todavía se la tengo guardada al personaje en cuestión, el presidente de Francia declaró que habría que mandar tropas a Ucrania, restablecer el servicio militar; Europa tendría que entrar en guerra para defenderse de Putin. Y algún periódico alemán publicaba un reportaje en el que se hablaba de un ataque inminente de Rusia a otros países europeos, miembros de la OTAN. Así que habría que prepararse.
De entre todos los comentarios que circulan, en los que se habla tan ligeramente de si hay que ir a la guerra o no, de si hay que prepararse, de si estamos vendidos como potencia, creo que en ninguno de ellos se habla de una más que posible respuesta por parte del pueblo a este tipo de ideas. ¿En qué orden vamos? Supongo que ningún asesor de alguno de estos presidentes que tanto se calientan hablando lo ha tenido en cuenta. No se habla quizá del orden en el que marcharíamos a la guerra, porque muchos de los políticos que rodean a estos «líderes» tienen hijos. ¿Irían sus hijos también a esa guerra? ¿Quiénes irían primero?
Informes que llegan filtrados desde Ucrania desvelan que allí se están reduciendo la edad para reclutar. Se habla de guerra, pero no de las consecuencias. Aunque también las estamos viendo en la frontera de Gaza. En las guerras se juega con etiquetar a buenos y malos. Pero a todos nos debería quedar más o menos claro que siempre pagan los civiles; los niños también. Los hijos. Las madres y las hermanas violadas.
Habría que recordarle a Macron y a cualquier líder que recurra al comodín de la guerra este año que a la guerra vamos todos, siempre. A la ida. Y a la vuelta.
Y quizá, no me queda espacio, me gustaría hablarles a ustedes, o recordarles que lean un fascinante cuento de Gabriel García Márquez. Un triste cuento en el que un recluta de 19 años que quiere regresar de la guerra, al que le han amputado varios miembros, que además se ha quedado ciego, llama a su madre diciéndole que eso mismo le ha pasado a un compañero, que si podría llevárselo con él. La madre, por teléfono, aunque contenta del regreso de su hijo, le dice llorando que no lo traiga, pues no podría soportar mirarlo cada día de estancia.
Supongo que se imaginan el final ¿Verdad? El hijo con el alma mutilada decide no regresar a casa con su madre.