OPINIÓN
Habrá que guardar la esperanza
En los pueblos de costa, la Semana Santa siempre estuvo decorada con el olor a incienso y la musicalidad de bandas que resonaban de fondo, mientras daban pistas sobre la ubicación de la procesión
Con el paso de los años, he guardado en mi recuerdo el reposo de una Semana Santa variopinta, llena de matices y de miradas por resolver. Pienso que las épocas festivas son tal y como las vemos, algunos para bien y otros para mal.
Todo ... el conjunto de trabajadores que componen el turismo recibe la Semana Santa embadurnados por una amalgama de emociones, bailando entre las expectativas por cumplir; ilusiones renovadas de una temporada que llega como un soplo de tranquilidad después del largo y frío invierno.
Entre los míos, la Semana Santa siempre ha sido complicada en términos de trabajo en general. Desde hace años suponen un termómetro. Aun así, las expectativas se llevan bien o se sobrellevan. Pero con la experiencia he aprendido a alzar la mirada, centrándome en cazar buenas historias, como una buena ave rapaz. Vengo y voy entre recuerdos y anécdotas de vecinos, amigos y familiares. Observo a los visitantes que viene a disfrutar de nuestras fiestas.
Así, en lo personal, la Semana Santa, cuando era joven, suponía un descanso del tema estudiantil, y se salía mucho a la calle. No sé cómo estarán las cosas ahora, pero antes se salía toda la semana. Siempre estábamos a la espera de la vuelta de algún amigo, de aquellos que se fueron para no volver en realidad. Aquellos que al principio de su distancia agradecían el puchero de las madres, o el calor de las abuelas. Y así lo hacían saber los primeros días del regreso; estudiantes, becarios, trabajadores fuera de sus pueblos.
En los pueblos de costa, la Semana Santa siempre estuvo decorada con el olor a incienso y la musicalidad de bandas que resonaban de fondo, mientras daban pistas sobre la ubicación de la procesión. Tenemos el privilegio de alternar los paseos por la playa con la procesión. La gente, por muy poco cofrade que fuera, siempre ha tenido un paso predilecto. Cualquiera tiene en el recuerdo una procesión favorita.
¿A quién no le han llevado de chico a ver un paso? Siempre hubo un Cristo que admirar sentados en un bordillo, a la espera de un nazareno bondadoso que hiciera más grande nuestra pelota de cera. No hace falta ser un auténtico cofrade para sumergirse en algún capítulo importante de los que se representan a lo largo de la semana. Y así ha sido para todos en general.
Noches de misterio. Guardamos el recuerdo de regresar de noche a casa, con un pegajoso adoquín de caramelo en una mano y una pelota de cera en la otra. De fondo: el silencio ensordecedor de la congregación, el carrito de las chucherías circulando, la inesperada aparición en algún callejón de un conductor despistado. Hay hambre de pipas y gusanitos. La persecución de penitentes sospechosos con la intención de buscar a un primo o amigo escondido en su capirote.
Hace poco, mi amigo el periodista Raúl Herrera publicaba unas capturas en sus redes sociales. Había captado el momento exacto de explosión emocional y el llanto desconsolado de algunos miembros de la sagrada cena. Después de un año esperando, la lluvia hacía de las suyas y dejaba huérfanos a nazarenos, costaleros y hermanos. Habría que ponerse en situación para entender cómo se puede llegar a llorar desconsoladamente después de la tensión de no saber si se saca la procesión o no, después de una agónica espera.
De fondo, para el que no lo entienda, subyace seguramente una promesa personal, un pensamiento espiritual, una necesidad desmedida por volver al padre, a la madre. De fondo, hay siempre, en todo ejercicio de sacristía, una promesa de fe. Hasta los más ateos serían capaces de prometer ante los pies de una virgen si supieran que hay posibilidad de milagro.
Siempre hay una carga desmedida personal. La Semana Santa viene a ser una época turbulenta, variopinta, quizá nos jugamos mucho, lo que sea. Siempre habrá alguien que vuelve por vacaciones para encontrarse con todo aquello que en algún momento tendrán que dejar por completo. Siempre habrá un inicio lluvioso con mal tiempo con el que nos juguemos el pan. Siempre habrá alguien que llore desconsolado por no cumplir su promesa personal, por no poder pasear a su Cristo o a su Virgen. Siempre habrá un hijo que no regrese a casa. O amor perdido que no se ha podido renovar durante el largo y frío invierno.
Y nos quedará el consuelo de renovar la esperanza y la fe, para seguir un año más adelante, expectantes, con fuerza, ante la llegada de una nueva Cuaresma, una futura Semana Santa. Una nueva esperanza.