OPINIÓN
Empeñados en ser felices
El ser humano, y el español también, lleva en su memoria ancestral la angustia y el miedo ante el peligro
Quizás no lo hayan notado, pero vivimos en una sociedad atormentada, siempre esperando el próximo cataclismo, la siguiente tragedia colectiva, la posible guerra inminente, el miedo que acecha a la vuelta de la esquina. Y si ya se han dado cuenta, probablemente convivan con la ... angustia de no saber cómo escapar de esa sensación constante de amenaza.
He llegado a esta conclusión en lo que podría llamar el «atardecer de la vida», al darme cuenta de lo atemorizado que he vivido durante las últimas décadas. No tengo la intención de perder tiempo obsesionándome con los mecanismos que sostienen esta sociedad del miedo; ya hay expertos que se dedican a ello.
Pero lo que realmente deseo compartir con ustedes, queridos lectores, a quienes tanto aprecio, está relacionado con la necesidad urgente de liberarnos de este miedo colectivo. Es crucial hacerlo, por el bien de nuestra salud mental.
A lo largo del tiempo, he ido recogiendo las señales que el destino me ha ofrecido para llegar a estas reflexiones. La primera de ellas surgió hace poco en la presentación del libro Empeñados en ser felices, de Miguel Munárriz. Me conmovió profundamente esa especie de autobiografía de un agente cultural que ha decidido ser feliz, siempre rodeado de libros, como no podía ser de otra manera. En esa misma presentación, a la que asistí como lector y espectador, se pronunciaron unas palabras que resonaron con fuerza en mi interior: si uno sigue los medios de comunicación en este país, parece que todos los días estamos al borde del colapso.
Es una sensación constante: descontento generalizado, crisis inminente, escasez de dinero, de recursos, de seguridad. Vivimos, por un lado, en un ambiente de carencia, y por otro, nos invaden los mensajes en redes sociales que hablan de guerras, pandemias futuras, enfermedades y desesperanza. Todo mal. Todo negativo.
El ser humano, y el español también, lleva en su memoria ancestral la angustia y el miedo ante el peligro. Es algo innato, algo que viene desde nuestros orígenes, cuando vivíamos pendientes de que un oso no irrumpiera en la caverna o de la incertidumbre de no encontrar alimento al día siguiente. Hemos convivido con el miedo de manera natural como una medida de supervivencia.
Sin embargo, gracias a la evolución y a los avances tecnológicos y democráticos de las sociedades modernas, estas sensaciones no deberían ser tan habituales. Pero, por alguna razón, necesitamos ese miedo, y nos lo sirven a diario en grandes dosis.
Háganme caso: desconéctense del smartphone, de las noticias, de las redes sociales. Si comienza una nueva pandemia que arrase con todo, ya nos enteraremos. Yo me enteraré seguro. Todos lo sabremos cuando llegue, y probablemente no podremos hacer nada para evitarlo. Si Putin decide lanzar una bomba nuclear, quizá ni siquiera lo sabremos, porque nadie sobrevive a eso.
España no va a mejorar económicamente a gran escala, no es viable en esos términos. Preocúpense por su propio ahorro; el del Estado no podremos controlarlo nunca, porque siempre habrá una alternancia de inútiles en el Gobierno. Es un pequeño defecto de esta maravillosa sociedad en la que vivimos.
Salgan de Matrix y den una vuelta por cualquiera de nuestras playas. Están abarrotadas de españoles sentados en la hamaca, bajo la sombrilla, con un botellín en la mano. Niños por todas partes jugando en la orilla, todo acompañado por una brisa marina que, por suerte, no cuesta dinero.
A los españoles, en el fondo, les gusta vivir tranquilos, sin que los molesten con tonterías. Nuestra sociedad, en realidad, está empeñada en ser feliz. Este miedo importado, tan anglosajón, con las películas apocalípticas yanquis, no va con nosotros. Salgan a pasear por un parque y se darán cuenta.
Yo lo hago, y les aseguro que se vive mucho mejor así.
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