OPINIÓN
Carta de despedida a un librero
Solo he recibido halagos de otros libreros cuando he mencionado en alguna conversación la librería Manuel de Falla
Desde que comencé mi andadura con esta columna semanal, siempre tuve la intención de escribir sobre diferentes personas que han impactado en mi vida diaria, para bien o para mal. Y no solo hablo de políticos.
Juan Manuel, que no sé si va a querer ... leer esto, me ha transmitido, sin darse cuenta, una demostración de saber inigualable. En mi día a día, los libros tienen una relevancia considerable, y desde hace un tiempo me he obsesionado con cada una de las piezas que forman parte del canal de distribución del libro.
No creo que llegue a conocer nunca a un librero como Juan Manuel, y lo siento mucho por las libreras y libreros que conozco. Aunque solo he recibido halagos de otros libreros cuando he mencionado en alguna conversación la librería Manuel de Falla.
Los que le hemos visto en acción lo sabemos: no ha sido un librero cualquiera. Juan Manuel siempre ha tenido un libro para cada persona que entraba por la puerta de su librería. Los ha conseguido cuando le preguntaban por ellos y ha tenido el suficiente bagaje (y eso es muy complicado) como para dar con una buena recomendación con tan solo dos o tres frases que cruzaba con su potencial cliente.
Los que hemos pisado su librería, tanto a nivel profesional como particular, sabemos que siempre ha estado ahí. Lo sabemos porque ha fallado muy poco. Y eso implica miles de horas que ha tenido que renunciar a su vida personal y familiar, aunque comparte proyecto con su mujer, Mari. Pero desde que hace unos meses comenzó la búsqueda de un comprador, siempre entendimos que sería igual de infalible para preparar su jubilación como para construir su pequeño templo del libro.
Me parece que homenajearle está bien, pero recalcar todo lo que ejemplifica personalmente es mucho mejor. Debo destacarlo para todos aquellos, los pocos que quedan, que intentan mejorar día a día en esta precaria industria del libro. Una industria que podría ser mejor si tuviera más apoyo del Estado, porque nosotros también somos los de la cultura. Sin embargo, sale adelante con librerías como la de Manuel de Falla y con todas aquellas personas que tienen una vocación a prueba de bombas.
He visitado la librería de diferentes maneras, y de forma muy discontinua, debido a la lejanía que me impide ir asiduamente. Pero siempre que he entrado, he sentido la necesidad de comprar algún libro.
Me hubiese gustado titular este artículo «El librero de Fernando Quiñones» por el simple hecho de que siempre disponía de algún ejemplar de Quiñones para vender. Ahí le compré un recopilatorio de sus relatos y su esfuerzo por mantener un stock de un escritor tan necesario me ha parecido algo honorable.
Aunque Juan Manuel no lo sepa, en nuestra editorial siempre le hemos tenido en cuenta, por su sabiduría y por sus comentarios. Estoy seguro de que no hay espacio suficiente en ningún periódico para agradecerle cuánto confió en nosotros. Puede resultar extraño para quienes no están en esta precaria industria literaria, pero que un librero exponga igual de bien los libros de una editorial tan novata como los de las más consagradas es una muestra de confianza insuperable. Es algo para tener en cuenta para toda la vida.
Ahora solo me queda desearle una vida placentera y tranquila, muy familiar. Y termino con una pequeña conclusión: quizá fue en la época navideña cuando Javi y yo charlamos con Juan Manuel por última vez. Ese día entraban sus nietos a buscarlo a la librería y nos dimos cuenta de que, inevitablemente, Juan Manuel y Mari no se despedían de la librería con pena, sino que iban a iniciar una nueva etapa más feliz en sus vidas.
Tener tan claro lo que dejan, con todo lo que les ha costado, y en el momento tan dulce que estaban, como él mismo decía, para estar plenamente con sus nietos, les convierte no solo en los mejores libreros del mundo, sino en los mejores abuelos.
Gracias por todo. Os echaremos de menos.