opinión
Tradición chirigotera
«Si os digo la verdad, hay veces que el término «tradición» me espanta, ya que suele ser el argumento perfecto para justificar prácticas que ya están obsoletas»
Hay palabras y conceptos que constituyen un arma de doble filo. El concepto de tradición es uno de esos casos a los que me refiero. Por tradición entendemos una serie de costumbres, prácticas y doctrinas que se transmiten de generación en generación.
Si ... os digo la verdad, hay veces que el término «tradición» me espanta, ya que suele ser el argumento perfecto para justificar prácticas que ya están obsoletas y que no deberían tener cabida en la sociedad en la que vivimos; pero no voy a entrar en ese debate, ya lo dejaremos para otra ocasión.
Me voy a quedar con la parte más tierna del concepto, esa parte con la que seguramente la mayoría nos sentimos identificados. Hay tradiciones que traen consigo una serie de valores que aún hoy en día nos enriquecen. Cada ciudad, al igual que cada familia, tienen su propia seña de identidad. Estos valores no son más que una muestra de ello. Cádiz tiene su propio universo, con sus leyes y su idiosincrasia. En el ámbito carnavalesco, como no podía ser de otra forma, también hay tradiciones que aún merecen la pena conservar. Y esta vez no estoy aludiendo a la creación de una agrupación, ni al modo de escribir o componer de sus autores.
Esta vez, me detengo en una enternecedora tradición como es la de continuar y seguir llevando hacia delante el legado de uno de los grandes, del maestro chirigotero Manuel Santander. No podía ser otro que su hijo quien tomara la decisión de dejar su comparsa, como él mismo cantó en el célebre pasodoble del pasado año, para seguir manteniendo la esencia de la chirigota de su padre.
Una responsabilidad así, además de admirable, es principalmente fundamental en los tiempos que corren porque la tradición aquí tiene más que ver con el corazón y, en cierto modo, con el deber moral de seguir honrando a quien ya no está, pero seguimos recordando y echando de menos. El gesto ya de por sí es especial. Sin embargo, la intención se ha visto más que cumplida por lo que el grupo y sus autores han conseguido. Y no, no me estoy refiriendo a ningún premio. Eso es secundario cuando hablamos de cuestiones tan sumamente emotivas como esta. El premio ha sido el regalo de seguir escuchando otro año más la chirigota de Manolito Santander, su esencia, su compás más señero. El regalo ha sido para todos los aficionados. Sentir, escuchar y disfrutar de la agrupación que podría haber firmado el propio Manuel Santander.
Ojalá hubiera sido así, pero a pesar de no serlo, qué suerte hemos tenido de que Manolín decidiera seguir la tradición, de seguir llevando su chirigota por bandera y de cumplir la misión un año más.
Gracias, de corazón, porque para todos los que amamos el Carnaval y La Viña, esto no hubiera sido posible sin ti.