Cinturón atlántico
¿Qué sería de Cádiz sin el Atlántico? Posiblemente, ni existiríamos. Tendríamos otra historia, así como, diferente presente y futuro
Sumergirse en el agua, sentir el silencio y la sal. La brisa que entra por la ventana. El sonido de las olas contra los bloques. Un atardecer en la Caleta y otro en la Alameda. La inmensidad desde una azotea. La sensación de volar sobre alguno de los dos puentes. Cruceros que se cuelan por la ventana y que, desde la calle Antonio López, parecen edificios. El camino hasta el Castillo de San Sebastián, con la marea inundando el Puente Canal. Salir a navegar. La caballa, el erizo y el olor a bajamar.
¿Qué sería de Cádiz sin el Atlántico? Posiblemente, ni existiríamos. Tendríamos otra historia, así como, diferente presente y futuro. Porque, desde que hace 3000 años unos señores de Tiro diesen forma a Gadir, nuestra evolución ha ido ligada al mar: desde la época romana a las Cortes, pasando por el periodo de mayor pujanza por el comercio con América o la llegada de la Casa de la Contratación en 1717. Nuestra arquitectura, con sus torres miradores, gastronomía, así como forma de ver la vida, nacen en el océano. Ha sido el cincel que ha ido labrando lo que hoy somos pero, también, debería ser una escotilla abierta al futuro, para salir de la fosa en la que nos hundimos.
Por eso, ahora que en urbanismo todos hablan de «cinturones»– cinturón verde, de aparcamientos, de equipamientos… –, la reactivación de Cádiz pasa por fortalecer su «cinturón marítimo». Un cinturón que, comenzando en la Zona Franca, acaba en Cortadura y da la vuelta por el Paseo de la Bahía, el muelle, la Punta de San Felipe, la Alameda, la Caleta, Campo del Sur y Paseo Marítimo.
Cádiz tiene la suerte de no contar con suburbios ni extrarradio; nuestra única periferia es el océano. Son estos hitos que lindan con el mar los que, bien trabajados, deberían ser nodos de crecimiento de la ciudad.
El primero de ellos, la Zona Franca, ha de ser un foco de atracción de empresas y de industrias. Cádiz no tiene, prácticamente, suelo para industria. El poco que hay está en allí y no lo estamos aprovechando.
El segundo, el Paseo de la Bahía. Además del histórico Paseo Marítimo, tenemos un segundo paseo, urbanísticamente bien ejecutado y muy infrautilizado. Hay mil opciones, si miramos a otras ciudades.
Por supuesto, otra asignatura pendiente es lo que queda dentro de la verja del muelle. Sin embargo, ahora mismo, es la única zona que tiene un rumbo claro: aumentar su actividad económica e ir avanzando hacia la integración total puerto-ciudad al estilo de Málaga. Un proyecto de ciudad, imprescindible, que se extenderá por capilaridad hasta colmatar la punta de San Felipe.
La Alameda avanzaría dejando de ser punto de encuentro para el consumo ilegal e incorporando algún uso que la reactive en invierno. La pérgola de Santa Bárbara, símbolo de la decadencia de la gestión municipal, es perfecta para albergar un programa de usos mixtos: biblioteca, restauración o zonas para exposiciones. El Campo de las Balas podría ser un parque abierto al mar. Sin embargo, quizás, el «combo de reactivación marítima», esté en la Caleta, ya que ahí se encuentran algunos de los edificios más emblemáticos: Castillos de Santa Catalina y San Sebastián, Valcárcel, Escuela de Náutica y Balneario de la Palma, que están pidiendo a gritos un plan conjunto y coordinado que los ponga en marcha. El Campo del Sur, demanda algo, tan simple, como estar limpio. Por último, el Paseo Marítimo necesita un funcionamiento coherente con la peatonalización, que le ha hecho perder la escala y estar desangelado.
Sin olvidar el interior, solo en su borde marítimo, Cádiz tiene por delante un futuro apasionante. Porque la historia de esta ciudad ha estado ligada al océano y, por eso, su futuro ha de estarlo también, para que siga navegando con buen rumbo 3000 años más.