OPINIÓN

Julio Malo y las murallitas

En estos días, gratificantes por estos objetivos cumplidos, no puedo remediar recordar mis conversaciones con Julio Malo y también con Rafael Garófano

Blanca Flores

Cádiz

«Un amigo me decía esta mañana que Julio Malo de Molina era uno de los últimos ilustrados de Cádiz. Sí, era muy culto, inteligente pero, por encima de todo, extremadamente apasionado. Su entusiasmo por la la vida, los viajes, por amar y sentirse amado y su alegría desbocada prevalecían sobre el ejercicio de una profesión, la de arquitecto, que compaginaba con otras múltiples facetas de las que también era un maestro», esto escribía Carmen Morillo para Onda Cádiz como obituario para nuestro arquitecto, ese amigo culto e inteligente que sabía llamar la atención sobre tantos importantes temas de ciudad, Julio del que tanto me acuerdo y que por desgracia, nos dejó tan pronto y que tanto amó a nuestra ciudad.

Seis años después de que Julio escribiese en La Voz de Cádiz «La murallita real», precisamente en agosto, lamentando que no podíamos llegar hasta el Castillo de San Sebastián por culpa de los destrozos acaecidos en el arrecife, el Castillo vuelve a abrir sus puertas. Meses después en otro de sus artículos para el mismo periódico, «Murallitas», trascendieron sus conversaciones con Patricio Poullet en relación a las murallas de Cádiz, sobre todo por el tramo del Paseo del Vendaval: «El área más expuesta y por tanto más dañada, es la protección frente al Mar de Vendaval, amplio arco sur entre el Baluarte de San Roque y el de los Mártires, adecuadamente protegido por una escollera artificial de bloques de hormigón, según proyecto del ingeniero Juan Córdoba Machimbarrena que ejecuta la empresa Hidrocivil en los años cuarenta del pasado siglo y ya forman parte del paisaje y del patrimonio de la ciudad, frente a las aventuradas propuestas partidarias de retirarlos».

Seis años después de que todos estos debates entre expertos y periodistas se produjesen en torno a nuestro patrimonio cultural y defensivo, hemos podido ver la finalización de los trabajos de restauración del Castillo de Santa Catalina en los lienzos externos que dan a nuestra Caleta, la restauración de las partes más dañadas que nos han permitido volver a pasear por la servidumbre del Castillo de San Sebastián, la pasada semana y que en esta que empezamos, podamos volver a utilizar el tramo trasero de las murallas que coinciden con la espalda del colegio Campo del Sur. Varias obras que sin el empeño de la Demarcación de Costas que depende del Ministerio para Transición Ecológica y el Reto Demográfico, hubieran sido imposibles. Intervenciones del Gobierno de España que suman varios millones de euros de inversión, sin los que seguiríamos sin poder disfrutar de estas tres infraestructuras y que suponen parte de los pilares más emblemáticos y señeros de la joya museística que es nuestra ciudad. Posiblemente estaríamos lamentándonos de su estado y sin garantías de perdurabilidad.

En estos días, gratificantes por estos objetivos cumplidos, que como de costumbre no serán a gusto de todos y todas, no puedo remediar recordar mis conversaciones con Julio Malo y también con Rafael Garófano. Ambos ya no están, pero sus llamadas de atención sobre las inversiones en la ciudad, su amor por mantener el patrimonio que como deber nos obliga a recuperar, mantener y velar, me llevan a dirigirme a ellos, allá dónde estén. Porque hoy necesito contarles que sus inquietudes y preocupaciones no cayeron en saco roto y que la conciencia sobre el cuidado constante de nuestros puentes y nuestras murallas está despierta para que Cádiz no desaparezca, que seguimos cuidando de sus defensas, que a fin de cuentas, es también cuidar un poco de nosotros mismos y de nuestros hijos e hijas que si es posible heredarán nuestra tierra. Y que unos y otros y unas y otras debemos, por responsabilidad, seguir empeñados en que así sea.

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