sin punto y pelota
Necesitamos otra mili
Ojalá se pudiera normalizar que todos tenemos derecho a votar por nuestras ideas sin sentirnos insultados y despreciados
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Nunca había pensado en la jornada electoral como en una especie de mili, en el sentido de servicio obligatorio, que no militar, de los españoles hacia su país. Lástima que sea solo un día, aunque el domingo se hiciera largo y se le atragantara a ... muchos después de cenar, brindis abortado. Llevamos años leyendo sobre la preocupante polarización afectiva en las democracias occidentales, lo que molestaría a algunos que sus hijos salieran con hijas de familias que, ideológicamente, no compartieran sus valores. Pero, vamos a ver, ¿qué valores? Que todos queremos salud, dinero y amor. Miradas enamoradas como la de Álvaro de Luna a Laura Escanes sobre el escenario, con esa alegría añadida que sentimos al verles pensando en el buen cambio que ha hecho la chica, del cretino de Risto Mejide a este sevillano que dice preferir hablar de sexo a política. Como las miles de seguidoras, guerreras se hacen llamar, de la escritora del sur de Madrid Megan Maxwell, que habla en las entrevistas de mujeres que quieren «empotradores». Nos tenemos que mezclar más y salir de nuestras burbujas.
La reflexión sobre la mili me vino a cuenta de un hilo maravilloso de la juez Natalia Velilla en Twitter –sí, allí no solo se odia– que curró el domingo y recibió a los presidentes de las mesas, algunos acompañados de vocales, que respondieron a sus obligaciones de una manera ejemplar, jovencitas de 19 años y señores mayores, de una diversidad espejo de lo que somos, de una responsabilidad ejemplo de lo que deberíamos ser y respeto al que piensa distinto. Yo dejé charlando después de votar a la chica interventora de Vox con el del PSOE. No pasa nada. Ojalá se pudiera normalizar que todos tenemos derecho a votar por nuestras ideas sin sentirnos insultados y despreciados. Que ese voto es una parte pequeña de nuestra identidad.
Sin mili, con universidades en cada provincia, con cada vez más alumnos pudientes en la privada, es muy complicado mezclar a los distintos. Clase social diferente, gustos opuestos, lugares de nacimiento lejanos. Y agitar ese cóctel social ayudaría a acabar con la polarización, descrita en un libro reciente por Luis Millet. Un servicio civil obligatorio en el que los jóvenes españoles se mezclaran limpiando montes, algunos vascos en Granada, catalanes en Cáceres y gallegos en Cuenca. Ricos con pobres, rapados con rastas, tatuados con no depilados, alumnas de ingeniería con las que aspiran a pintar uñas larguísimas, instagramers de filtros con chicas poco presumidas. Como ocurre en las mesas durante la jornada electoral. Que hablen de esa escena entre De Luna y Escanes. O del futuro de Mbappé, que ya nos lo dijo el mediano en el chat familiar el domingo: «¿Hay que estar comentando las elecciones cuando podríamos estar hablando de Mbappé?».
A lo mejor conviene electoralmente prometer interrailes a los jóvenes, pero podrían imponer un servicio civil de contrapartida. Que lo hagan en un pacto PP y PSOE. Juntos, limpiando bosques, para evitar el incendio polarizador.
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