opinión
Aprender a respetarnos
A Lamine, por lo visto, en su barrio, no le perdonaron del todo que jugara con la selección española
Para que nadie se llame a engaño lo diré alto y claro porque soy de las que piensan que más vale una vez colorada que ciento amarilla: no entiendo nada de fútbol, no me interesa el fútbol, no sé qué es el Var, no distingo ... a un defensa de un delantero y, –momento confesión-, entré por primera vez en mi vida en el estadio Nuevo Mirandilla el pasado jueves, y porque cantaba Martínez Ares. Así, dicho así, como declaración de principios, no corro el riesgo de que alguien diga que qué hago hablando de lo que no sé, porque –por si aún no se había dado cuenta- hoy voy a hablar de fútbol. Que ya sé que puede sonar tribunero, o, mejor dicho, tramposo, porque a pocas horas de disputarse la final de la Eurocopa y con todas las papeletas para que España se proclame vencedora ante Inglaterra, es muy fácil hablar hasta de lo que no se sabe.
Aunque, como usted comprenderá, en un país donde se coge siempre el rábano por las hojas, hablar de fútbol no es sinónimo de hablar de deporte, o de juego, o de alineaciones; ni siquiera de goles, porque en este país donde todo se ideologiza, todo se instrumentaliza, hablar de fútbol es hablar de cómo somos. Decía Fernando Berlín el otro día que el fútbol en España había que entenderlo como un motor de pedagogía, porque los jugadores tienen más predicamento que los políticos. No lo sé, pero sí sé que, en este campeonato de fútbol, lo hemos vuelto a hacer.
La pasada semana Miquel Roca, uno de aquellos padres de la Constitución del 78, inauguraba –o algo parecido- los Cursos de Verano de la Universidad de Cádiz y lo hacía, intentando lanzar un mensaje de optimismo que, paradójicamente, dejaba ver todas las costuras de nuestra sociedad, todas nuestras contradicciones. Porque sí, somos plurales, diversos, interraciales, ecologistas, feministas, inclusivos, progresistas, animalistas… pero, en el fondo, seguimos siendo los mismos garrulos de siempre, los que prefieren entretenerse con la paja del ojo ajeno antes de reconocer que aquí venimos todos a jugar con las cartas marcadas.
Acuérdese. No hace todavía un año de aquella mañana en la que la selección española de fútbol femenino nos convertía en campeones –o campeonas- del mundo, lo recuerda, ¿verdad? Tan poco duró la alegría en esta jaula de grillos que antes de que cantara el gallo en Australia ya habíamos cambiado todos los titulares y nos importaba un pito que las jugadoras españolas se alzaran con la copa del mundo. El piquito de Rubiales ocupó todas las portadas y eclipsó –y de qué manera- el esfuerzo, el trabajo en equipo, el mérito -en desuso tanto en significante, como en significado-, el orgullo, la satisfacción… nada. Todo se lo tragó el mal gesto del presidente de la Federación Española de Fútbol, que así somos de morbosos y de chismosos en este país. Se llegó a decir –en este país tan moderno- que Rubiales se había tocado los genitales delante de la Infanta y eso era imperdonable, una falta de respeto a las instituciones. Así estábamos, no lo olvide.
Y ahora, lo hemos vuelto a hacer. Se nos da bien, claro. Otro collar, pero el mismo perro, el de la intolerancia, el racismo, la homofobia… todos nuestros fantasmas –o no tan fantasmas- vinieron a vernos la noche en la que Lamine Yamal metió un gol para España en la portería francesa. Luego dicen de la máquina del fango, pero esta, la máquina del racismo, funciona sola. ¿Qué más dará si el jugador más joven de la selección tiene ocho apellidos africanos? ¿Qué importará si posa haciendo con sus dedos el 304 –si tuviese que poner el 11004 sería otra cosa- como reconocimiento a su barrio? ¿A quién le importa si su padre dice «lo que Dios quiera» y quién sea ese dios? ¿qué importancia tiene que lleve en las botas una bandera que no es la nuestra? ¿A quién le enfada que sus padres griten ¡viva España! si es el país donde viven y donde han echado raíces? ¿Dónde está el daño que ocasiona Lafuente al hacerse la señal de la cruz antes de los partidos? ¿Por qué nos encanta destacar que hay un moro y un negro luciendo la camiseta roja? Y lo más importante ¿Por qué tenemos que hacer de todo un drama?
La ocasión, ya lo sabe, siempre la pintan calva. Y del gol de Yamal han sacado rentabilidad todos los partidos políticos. La coincidencia en el tiempo con el reparto de inmigrantes menores no acompañados ha despertado a todas las bestias que tenemos al frente de las instituciones. La política, como siempre, empañando ese momento de gloria en el que todo el país –hasta yo misma- se pone de acuerdo en algo. Ni para disfrutar servimos. Porque siempre está el que se fija en la paja.
A Lamine, por lo visto, en su barrio, no le perdonaron del todo que jugara con la selección española. Al barrio de Lamine, la ultraderecha lo llama «estercolero cultural», pero sus vecinos votan más a la derecha que a la izquierda, tal vez en nombre de la ignorancia o tal vez porque no somos tan guays como nos creemos, no somos esa España libre de prejuicios, no somos un equipo.
Miquel Roca centró su discurso en la UCA en las cuatro patas de la Constitución española, la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo; «somos plurales –dijo- y la sociedad nos obliga a reconocernos iguales y distintos y solo falta que aprendamos a respetarnos».
Pues eso mismo. Y que gane España.
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