OPINIÓN
El día de los Tosantos
Paseábamos embobados viendo como todo estaba engalanado para la ocasión
Después de mi última columna de opinión donde me manifestaba como defensor de nuestras costumbres y tradiciones, la casualidad ha querido que hoy, día de todos los Santos, me corresponda participar en este foro de nuevo. Los Tosantos, como lo conocemos tradicionalmente en Cádiz, me ... traen gratos recuerdos de mi infancia. Cuando cursaba los primeros años del parvulario en San Felipe Neri de Cádiz, tendría yo siete u ocho años, mis padres nos llevaban al mercado central, mejor dicho a la plaza, a ver «los puestos». Nos compraban un canastito de mimbre a cada uno de mis hermanos y los llenábamos de castañas, nueces, almendras y avellanas. Paseábamos embobados viendo como todo estaba engalanado para la ocasión.
Según tengo entendido la tradición del exorno de los puestos se remonta en nuestra ciudad a finales del siglo diecinueve pero lo que sí recuerdo es que en aquellos años de mi infancia había una participación mucho mayor. Los pollos disfrazados de gitano marcándose unas bulerías, las pescadillas en un cortejo procesional o los cerdos recreados como auténticos matarifes nos dejaban con la boca abierta. Recuerdo también, y ahí se nota mucho el cambio climático, que acudíamos a esas visitas pertrechados de gruesos abrigos, bufandas y gorros de lana para combatir en frio reinante en esas fechas. Actualmente, y no crean que exagero, podríamos visitar los mercados casi en bermudas y mangas cortas, como ha cambiado todo.
Según he leído en alguna publicación, en 1876 la comisión municipal favoreció que se exornaran los puestos. Se instaló en los alrededores del mercado una iluminación de gas, especial para la ocasión. Participaron setenta y dos puestos y presidía la plaza un gran farol chinesco. Las puertas del mercado se adornaron también con los escudos de armas de la ciudad y entre las columnas se dispusieron farolillos y pequeñas banderas. En definitiva, la plaza se convertía ese día en un lugar donde propios y extraños compraban todas las viandas expuestas. Hoy, desgraciadamente, son cada vez menos los puestos que se exornan. Los costos y el tiempo que hay que dedicar a su confección efímera al parecer no compensa a los detallistas. Es comprensible sin duda, pero también es una pena que poco a poco vaya adormeciéndose esta fiesta.
Anoche, por el contrario, han recorrido nuestras calles hordas de zombis, fantasmas y calaveras. La costumbre importada de la fiesta de Halloween se está haciendo un hueco indefectiblemente en nuestros calendarios. Desgraciadamente la tradición anglosajona ha invadido nuestras calles y a causa del «truco o trato» también se pierden otra de nuestras ancestrales tradiciones.
Hoy, en nuestras mesas, debemos terminar el almuerzo plantando en su centro una buena bandeja de buñuelos de viento rellenos de cabello de ángel, crema o chocolate y a su lado otra donde aparezcan perfectamente alineados los típicos e insustituibles huesos de santo. Terminaremos nuestra sobremesa en animada charla, con un cafelito, y pelando las castañas pilongas o las nueces que habremos comprado en la plaza, porque hoy, es el día de los Tosantos.
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