el recuadro
Para Curro y Carmen
Han podido casarse por la Iglesia de su Dios expirante del Patrocinio
Se casan Curro y Carmen y por su amistad, por su cariño de tantos años, por sus delicadezas, poco y corto me parece este artĂculo que les hago y dedico. Se casan Curro y Carmen y ni hay que decir los apellidos. Curro no es ... otro que el Ăşnico Curro al que Sevilla ha venerado, honrado y se ha visto reflejada en Ă©l, en su arte y en su genialidad y sabidurĂa, como en un espejo. Ni que decir tiene que estoy hablando de Curro Romero. Y si junto a Curro pongo el nombre de Carmen no puede ser otra que Carmen Tello. El gran amor de Curro. La diosa vestal que durante tantos años ha mantenido encendido el fuego de la aficiĂłn en Curro, en las edades en que otros toreros hace muchos años que están retirados. Los sevillanos le tenemos que agradecer a Carmen que nos mantuviera a Curro tantos años con su capotito y la gracia hecha natural, hasta aquella mañana de La Algaba en que, como en un fandango de los que se cantiñea, se fue sin decir que se iba. Yo creo que por no darnos a los curristas ese disgusto tan grande anticipadamente.
Los dioses no tienen edad, y, si la tienen, el amor se la quita y aminora. Los rejuvenece. El mĂtico Curro ha tenido, gracias al amor de Carmen, el secreto de ser vencedor del tiempo. Por las temporadas de Curro no pasaba el tiempo porque permanecĂa el amor. Como la tarde de Sigiloso de Juan Pedro, el sábado de preferia de 1999, en que Carmen estaba en una barrera del 2 y Curro, en cuanto Gonzalito le entregĂł los avĂos, la mirĂł y le dijo: «A ver si esto es asĂ».
Fue en un aviĂłn a Madrid, cuando no habĂa asientos asignados en los vuelos; una bella muchacha sevillana que habĂa estudiado en El Valle le preguntĂł a aquel señor, a aquel gran señor que ya era Curro Romero en la historia de Sevilla y del toreo, si podĂa sentarse en aquella butaca libre junto al pasillo. Aquella muchacha tuvo luego la suerte de que su padre, el doctor don Enrique Tello, la llevara el dĂa de la AscensiĂłn de 1966 a ver a aquel señor del aviĂłn, a Curro, frente a la gloria sevillana de los seis toros de Urquijo. Fue el dĂa de la ascensiĂłn de Curro a la suprema categorĂa de mito de Sevilla. Aquella tarde Carmen se enamorĂł de su arte, como se enamorĂł Sevilla. ÂżA que Carmen va a ser Sevilla, enamorada siempre de Curro, el dios sin tiempo, el de Flautino, el de Soneto, en el noviazgo eterno entre un torero y una ciudad?
Podrá quizá el lector preguntarse cĂłmo es esto tan raro de que Curro y Carmen se casan, si ya están casados civilmente. Y que cĂłmo les voy a regalar nada, si tienen de todo. SĂ, se casaron en su casa del La Bellasombra, la del colombino ombud, en el espartano rito civil de Espartinas, hace ya casi veinte años. Pero por circunstancias que no vienen al caso hasta ahora no han podido casarse de verdad por la Iglesia de su Dios expirante del Patrocinio, como siempre quiso Carmen y pensamos los creyentes. Los dioses no tienen edad. Ni el verdadero amor ante Dios. Esta vez el «sanseacabó» es una feliz historia de amor que culmina para un mito que la gente cree que durante muchos años toreĂł para Sevilla, su novia, pero que lo hizo, en verdad, para Carmen Tello, su mujer ante los hombres y ante Dios.
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