Mortadela
Nunca fueron de tiendas gourmet, pero eso sí, algunos lujos se pudieron permitir en otros tiempos
No recordaban desde cuándo, pero la incertidumbre y la desesperación habían venido a sus vidas para negarles esa tranquilidad de espíritu que toda buena persona merece tener alguna vez en la vida. Hacía pocos años que habían tenido que renunciar a la casa de su ... ilusión. Una hipoteca de usura, con mucha letra pequeña y una tetra socarrona, fue el detonante para que un banco, recién rescatado con el dinero de todos y la aquiescencia de gobiernos de todos los colores, ejerciera su vil derecho. Después vinieron los contratos de trabajo a la baja. Llegar a ser mil eurista había pasado del eufemismo de la precariedad laboral al deseo más añorado de aquellos que apenas rozaban, a duras penas, los ochocientos euros. Y cuando algo parecía apaciguarse, en sus monótonas y cansinas vidas, llegó de Oriente un microscópico ser invisible que puso todo patas arriba. Encierro, muerte y desolación formaron una triada perseverante que se hacía interminable. Ellos que, a pesar de todas las adversidades, habían conseguido formar una preciosa familia con su parejita, tuvieron que afrontar el confinamiento de sus hijos en edad escolar. Un trabajo duro y a pecho descubierto. Pertenecían a la categoría de personal esencial. Imprescindibles en todo, incluso en unas retribuciones medianamente dignas. El miedo se fue apaciguando, parecía que en el límite de los dos años estaba la resistencia. Y… un maldito perverso, de rostro estirado, y sin sentimientos dio la orden de invadir a su vecino. Su afán imperialista ansiaba ocultar las vergüenzas de su pueblo. Lo que ocurría a más de cuatro mil kilómetros de distancia se convertía en la pesadilla de la luz, la energía y la cesta de la compra. Las leyes de la física no son de aplicación en la vida doméstica de la ciudadanía de a pie. «No todo lo que sube baja», y nunca lo hace auspiciada por la infalible ley de la gravedad. Habían dejado de acudir a las grandes superficies. El consumo de combustible y los caprichos innecesarios se habían convertido en un lujo que no podían permitirse. El súper del barrio se convirtió en su refugio. Últimamente acudían a él con una desazón que se les notaba nada más entrar. Las estanterías habían reclutados sus dígitos con muchas cifras. Nunca fueron de tiendas gourmet, pero eso sí, algunos lujos se pudieron permitir en otros tiempos. Paletilla de ibérico, salmón ahumado noruego, un chuletón de ternera retinta, un crianza de alto copete, e incluso un pescado fresco capturado a pocos kilómetros de su casa de alquiler. A la frutería habían dejado de ir, las verduras frescas y la fruta de temporada estaban prohibitivas. Ya se habían acostumbrado a la mortadela sin aceitunas, a las barras de pan de oferta y a los yogures de sabores con próxima fecha de caducidad.
Nuestra Ministra de Economía nos advierte de que la cosa va en serio. La situación va para largo. Nada de pamplinas de un simple aprieto coyuntura. Una recesión de libro.
Nuestra provincia sigue manteniendo la tasa de paro y los sueldos más bajos de España. Un cuarto de nuestra población sobrevive con menos de 800 euros al mes. Nuestro sol y nuestras playas no nos sirven de nada.
Existe un metaverso donde el hambre y la necesidad se convierten en ilusión virtual. Las nuestras están en otra dimensión, pero las sufrimos en nuestras carnes.