OPINIÓN
Hombre rico, hombre pobre
Los hombres más ricos de la Tierra Bezos, Zuckerberg y Musk, pretenden a las claras cambiar el orden económico, nacional y global
Da igual que la serie sea de amoríos blandengues, no importa que transcurra en un Reino Fantástico de la Edad Media, o que se narre en los Locos Años Veinte, poco tiene que ver que la trama suceda en el siglo XXI o en un ... mundo distópico donde se confunde la realidad con la ficción, donde la Inteligencia Artificial haga de las suyas situándonos al borde de la locura. En todas las series, absolutamente en todas, hay un personaje deleznable, de una maldad suprema, que concita en su existencia todo el odio de los seguidores. Con el paso del tiempo, posiblemente no recordemos el nombre de los personajes principales, pero de los malos malísimos, seguro que sí. El Falconetti de la serie Hombre Rico, Hombre Pobre de los años 70 del siglo pasado, o la Ángela Channing de Falcon Crest, marcaron un hito de la maldad televisiva en blanco y negro. Ahora tenemos a la Marquesa de Luján de La Promesa que concita todo lo truculento del clasismo y lo maquiavélico.
En otros tiempos la riqueza estaba en manos de la nobleza y las familias aristocráticas. Al inicio del siglo XX grandes fortunas en poder de banqueros llegaron incluso a salvar la maltrecha economía de determinados países. La separación de poderes, garantizada por los sistemas democráticos, ha intentado mantener al margen el poder omnímodo del dinero. Los hombres más ricos de la Tierra Bezos, Zuckerberg y Musk, pretenden a las claras cambiar el orden económico, nacional y global. Sus maniobras se basan en el poder de la desinformación y del caos mediático. El cuarteto siniestro de Trump, Milei, Meloni y Netanyahu han orquestado una alianza en la que el uso de la fuerza y la privación de los derechos fundamentales de los seres humanos están más en vilo que nunca. El dinero del trío plutócrata amenaza a las democracias más consolidas del viejo mundo, apostando por la instauración de gobiernos que niegan la igualdad en derechos y oportunidades, y que aspiran a crear sociedades en las que las desigualdades sociales sean su marca de identidad, utilizando el miedo al distinto como bandera. Las grandes fortunas son insaciables, mientras que la pobreza, como dice Leonardo Padura en su libro «Ir a La Habana», cuando «se reparte entre muchos toca a más, y que la miseria es caldo de cultivo para el sufrimiento de miserables».
Por los pelos, al filo de la campana, los pensionistas, los que usan el transporte público a diario, los damnificados por la Dana y por el volcán de La Palma, los beneficiarios del salario mínimo vital, los favorecidos por las ayudas del Bono Social y las familias más vulnerables pueden respirar algo más tranquilos y no ser más pobres de lo que eran. Los ricos seguirán a lo suyo, aumentado sus fortunas sin cortapisa alguna.
Eso sí, con el permiso de Carles Puigdemont, que amenaza con hacer pasar por caja al Gobierno a las primeras de cambio, y con el ojo puesto por donde puede salir la cuestión de confianza.