OPINIÓN

España, Europa y cuatro copas

Las dos estrellas más jóvenes de nuestra selección de fútbol, ni tienen ocho apellidos vascos, ni nacieron en el Garrigues ni en el Alto Ampurdán

Después de veinte años escribiendo artículos de opinión siempre me había prometido no hablar de fútbol. Como aficionado al deporte rey, tengo mis preferencias e ídolos, y todo lo que pudiera decir o escribir estaría subyugado por la subjetividad del aficionado ciego por sus colores. ¡ ... Y os prometo seguir haciéndolo! Ahora no se trata de relacionar nacionalidades futboleras, ni de banderas, ni de himnos apócrifos. Tampoco va de aficiones empedernidas por los efectos de panes líquidos, ni de arbitrajes tendenciosos que pueden dejar mucho que desear. No es cuestión de entrenadores más o menos cuestionados, ni de jugadores que pudieron haber sido seleccionados y no lo fueron. Todos llevamos dentro a un entrenador de futbol en potencia. Sólo se trata del color de piel, de la procedencia, de si somos racistas como país, a pies juntillas, o sólo dependerá de unos resultados futbolísticos.

En una Europa que pretende levantar muros en aquellas fronteras no franqueadas por el Mediterráneo, o que se limita a sobornar a terceros países para que contengan la marea de personas que sólo reclaman una vida mejor, nos sorprende que gran parte de los jugadores de las selecciones de fútbol punteras, Inglaterra, Francia, Países Bajos o Alemania estén plagadas de jugadores cuya condición puede, cuando menos que ser trasfronteriza, por no decir que con ascendencias allende de sus custodiados límites. Esta Europa, tan impostada en derechos sociales, mira siempre el pedigrí del que llega a sus fronteras. Sabe distinguir perfectamente entre un moro y un árabe, entre un negro de la élite del futbol y uno de patera vendedor de pañuelos desechables en un semáforo de cualquier ciudad, entre una cantante colombiana y una cuidadora ecuatoriana sin papeles.

En España pasa algo idéntico. Los insultos racistas, en el mundo del deporte, dejan de tener sentido cuando tu equipo gana, aunque esté plagado de gentes de incierta procedencia y que no comparten tu ADN ario. Aquel «negro» destinatario de los insultos pasa a ser un héroe por el sortilegio del gol. Las hordas de hinchas enardecidos de extrema derecha se tragan sus insultos xenófobos al ver la jugada de su ídolo de color ébano. Algunos incluso osan lucir en su camiseta alusiones en contra de la apertura de fronteras.

Está claro que lo único que une es el fútbol. Se cambia de pareja, se reniega de religión, se puede modificar el voto de un extremo a otro, pero el equipo del que mamaste, ese es para toda la vida. Si quieren saber de qué es capaz el fútbol recomiendo que vean la película de Juan José Campanella «El secreto de sus ojos» (2009), interpretada por Ricardo Darín y Soledad Villamil.

Las dos estrellas más jóvenes de nuestra selección de fútbol, ni tienen ocho apellidos vascos, ni nacieron en el Garrigues ni en el Alto Ampurdán. Su mérito, además de lo estrictamente deportivo, está en haber nacidos integrados en una sociedad que, aunque no se lo puso fácil, ha sabido ser tolerante con el diferente. De Guinea, pasando por Marruecos, hasta llegar a Mataró no es un camino fácil.

La modificación de la Ley de Extranjería no es un asunto de solidaridad, es un derecho estructural de aquellos con los que tenemos una gran deuda, y que sólo vienen buscando una vida digna.

Artículo solo para registrados

Lee gratis el contenido completo

Regístrate

Ver comentarios