Opinión
La desesperación de Caronte
La maldición quiso que él fuera el último testigo de las almas mortales, de esas que siempre están huyendo del final anunciado
La maldición quiso que él fuera el último testigo de las almas mortales, de esas que siempre están huyendo del final anunciado. Nadie podía albergar esperanzas en aquella lóbrega y siniestra orilla. La bruma mortecina del amanecer hacía huir a todo ser viviente con ansias ... de permanencia en este valle de lágrimas. Nadie osaba a acercarse por miedo a sucumbir en el lodo de esa ribera de muerte. El control del paso fluvial era tan estricto que aún quedaba por averiguar que alguien hubiese vuelto indemne de tanto dolor último.
Caronte y sus ayudantes eran muy estrictos, tenían las listas de las personas candidatas al último viaje. Hasta la fecha, y eran muchos miles de años, nadie había logrado romper la estricta norma dictada por los dioses.
Desde el último suspiro hasta el tránsito final el tiempo, ese artilugio artificial de los mortales, estaba calculado. Con papeles o sin ellos, el protocolo y la cadencia era cuestión de horas, a lo sumo unos pocos días.
Nada de interminable jornadas de danzar difunto. Nunca había ocurrido, o por lo menos nadie lo recordaba. Después de un verano intenso, en lo que respecta a las tasas de mortalidad, ya que todas las cifras habían traspasado todos los límites esperados, los expertos no daban crédito a tanto despropósito de letalidad. La situación no parecía amagar con remitir.
A pesar del bicho los más de 13.000 viajes realizados, en comparación con los mismos meses de los años anteriores, indicaban que algo extraño estaba ocurriendo. La causa podría ser incierta, pero el cambio climático y la crisis medioambiental algo tendrían que ver.
A pesar de todo, las cuentas no estaban cuadradas. Alguien faltaba por cumplir con el trámite reglamentario del último trance. Los ayudantes de Caronte escudriñaban pueblos, ciudades, bosques y cunetas. Por ningún lado aparecía el éxitus que les faltaba. La espera empezaba a convertirse en un problema logístico de primer orden.
Había pasado casi una semana y la persona fallecida no daba señal alguna de muerte real. Ante tanta desesperación Caronte, en primera línea y tomando riendas de la situación, intento investigar de primera mano lo que todos los medios de comunicación daban como primicia. Ríos de tinta de editoriales, decenas de miles de portadas, millones de reportajes gráficos acreditaban que aquel hecho luctuoso se había producido sin lugar a dudas.
Sin embargo, Caronte esperaba con sus dos monedas de libra esterlina. Incluso le habían llegado noticias que regiones con Colonias usurpadas de manera torticera, decretaban días de luto. Según decían los más viejos del lugar que sólo había pisado esta tierra en una ocasión, y sin muchas ganas. Eso sí cada año enviaban un emisario, perfectamente documentado y con misiva, para reclamar las naranjas amargas de sus Reales Alcázares.
La desesperación de Caronte se había convertido en un ansia insoportable, y en unas ganas irresistibles de dar por concluido el último trance de aquel cadáver irresistible.
Aún quedan dos días para el último viaje. Dada las circunstancias, y por la larga espera, Caronte no exigirá las monedas de plata del último viaje.
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