opinión

Carne humana

La coalición de extrema derecha que acaba de ganar las elecciones en Italia, cuna del fascismo, liderada por Georgia Meloni habla de «carne humana» para referirse a las personas migrantes, a los diferentes

El necesario, cotidiano y rutinario acto de alimentarnos también tiene su rastro de huella de carbono, ésa que sin ser pisada está marcando sin remedio a nuestro maltratado planeta. El qué comemos, el cuándo lo compramos y el dónde lo adquirimos pueden suponer un impacto ... ambiental del que a veces no somos conscientes.

La huella de carbono intenta representar las emisiones de gases de efecto invernadero que se produce por una organización, un evento, las actividades de un ciudadano, la fabricación de un producto o la prestación de un servicio al consumidor. En España, se regula por medio del Real Decreto 163/2014 de 14 de marzo. Un 25% de estas emisiones corresponde al sector de la alimentación. Y más de la mitad de ellas se generan por el consumo de productos de origen animal, principalmente la carne de ternera y de cordero. A ello hay que añadir las grandes cantidades de agua, decenas de miles de litros, que se necesitan para la producción de un kilo de carne de bovino. No obstante también hay que considerar las emisiones desmesuradas que se generan en el transporte, por lo que se recomienda el consumo de productos de cercanía y de temporada para reducir en gran medida nuestra huella de carbono.

¿Cuál es la huella para el planeta de nuestra carne y la de nuestros semejantes?

La coalición de extrema derecha que acaba de ganar las elecciones en Italia, cuna del fascismo, liderada por Georgia Meloni habla de «carne humana» para referirse a las personas migrantes, a los diferentes. Si para las grandes empresas somos simples datos introducidos en complejos algoritmo de un monstruoso Gran Hermano, ¿qué somos para aquellos que enarbolan el lema de 'Dios, Patria y Familia'? La Vieja Europa que vuelve por esos derroteros de la antigüedad, de otros tiempos no tan lejanos, donde campan a sus anchas ideologías excluyentes, rancias y dictatoriales. Discursos populistas, que les niegan al diferente cualquier tipo de derecho, ponen en peligro el ilusorio estado del bienestar conseguido con muchos años de esfuerzos.

Apelar al desencanto y a la desafección de la ciudadanía con la clase política de este giro extremista a la derecha facistoide que se está produciendo en toda Europa resulta, cuando menos, simple. ¿Será que ilusionarse con una justicia social, distributiva e incluyente ha sido sólo una ficción onírica? ¿Qué cuándo hablamos de carne humana, como en la de ternera o de porcino, existen diferentes clases y hasta despojos y gandingas?

Ya no hablamos de huella de carbono, hablamos de una convivencia pacífica para el progreso de la sociedad. Con un reparto equitativo de bienes y de servicios que garanticen a todas las personas, independientemente del color de su piel, su credo, su condición sexual, su género o su ideología, y que permitan ejercer sus derechos y desarrollarse con dignidad.

¡Que sintamos en nuestras carnes lo que siente el otro!

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