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BALA PERDIDA

La pandemia de Tito Berni

Casi estoy por borrarme de Netflix mientras aquí me aseguren la crónica constante y venidera

Ángel Antonio Herrera

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EN el merecumbé de Tito Berni lo que va quedando claro es que él y sus amigos bailaron el confinamiento a su manera. O sea, que el rigor del confinamiento no lo cumplieron, porque ya vemos que enseguida preparaban menús de gentío y picnic de ... puticlub. Mientras en España sólo pisaban la calle los galgos, y nos echábamos a trabajar sin movernos del móvil, Berni y sus comparsas ponían la mascarilla en una percha, y se resolvían, tan contentos, entre la lubina de oro y la mulata de catálogo. Este caso me viene dando mucho entretenimiento, desde las crónicas de este periódico, y casi estoy por borrarme de Netflix, mientras aquí me aseguren la crónica constante y venidera. El caso es un gran caso. Y el caso es que la cosa ha trepado a Bruselas, donde ya quieren echar el ojo, a ver si alguna billetería de Europa se la ha embolsado Berni y su tropilla. Más allá de la corrupción a concretar, asoma que Berni conseguía en el confinamiento un carnaval y en la mascarilla un trapo inútil. El, y sus socios, que nos vienen dando unas estampas memorables que parecen descartes flojos de un tráiler de Torrente, con sus bacanales de hotelito, sus bandejas de gambones, y sus postres de cocaína en algún club que igual abría para ellos solos. Nos han salido, Berni y los suyos, unos peatones presenciales, ahí en lo alto de la jarana, cuando en España la soledad era normativa, casi, el vecindario no podía despedir a sus muertos de coronavirus, y la faena la resolvíamos todos con pasamontañas de farmacia y mucho ir a facetime. Igual ya no recordamos que había multa, por saltarse el confinamiento, pero la había. Y lo mismo tampoco recordamos que la mascarilla fue obligatoria, durante demasiados meses, pero lo fue. Hasta hace poco. Se prohibieron los viajes, los abrazos, las nocheviejas. El confinamiento nos dio una vida impensable, dañada, y bárbara. No lo olvidaremos. Y los del caso Berni, tampoco. Pero justo por lo contario. Ellos, tan desabrochados, a su desvelo. Entre el restaurante secreto y la orgía con reportaje.

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