Siervos de la gleba
Resulta que el aluvión de jóvenes pobres con trabajo, pero necesitados de la «paguita» fue tal que la web donde había que pedirla colapsó apenas unos minutos después de que abriera
Cantaba Pedro Guerra que «hay mil maneras de derrotar a un hombre». La canción tiene ya unos años, pero fíjate por donde, la primera frase ya tiraba una idea que por mucho que pase el tiempo nunca pasa de moda. «Ponlo de rodillas a un ... hombre en su trabajo», decía. Y luego terminaba resumiendo el asunto: «ese hombre está acabado». En estos tiempos de incertidumbre la escucho mucho, quizás porque es una sensación de época que se repite, la de la desazón y porque esto de contener en uno todas las ilusiones de ser joven y a la vez todas las frustraciones de su tiempo hacen que la sensación de fracaso valga por dos e incluso tres. Tengo un amigo que dice que es como echar diamantes a los cerdos. Toda la belleza de la juventud tirada por el desagüe de los trabajos y los días, que es también una cosa muy antigua, aunque tampoco pase de moda.
Esta semana salía el bono joven de alquiler en Andalucía. Esa «paguita», decían algunos, que nos han dado a los jóvenes desde el Gobierno para comprarnos el voto. El insulto era doble, como siempre. Por un lado, ni mayores de edad para tener una opinión política propia y, por otro, dispuestos a todo con tal de no dar palo agua. Como si aquí el personal no se doblara el espinazo hasta por las migajas.
Así que, mira tú por dónde, aquí en el sur de los sures de España, donde los dos tópicos se agudizan hasta límites insospechados, pusieron como requisito precisamente eso. Que tuviéramos ingresos regulares. Aquello, supongo, hacía de corte a los otros, a «los vagos». Manda narices. Pues bien, contra todo pronóstico, resulta que el aluvión de jóvenes pobres con trabajo, pero necesitados de la «paguita» fue tal que la web donde había que pedirla colapsó apenas unos minutos después de que abriera. Durante casi dos días.
Es curioso porque se trata de una de esas veces en las que la realidad derriba el mito en un momento. Y eso que era fácil de predecir. Son datos. Dos de cada tres jóvenes andaluces cobran menos de 20.000 euros al año. Y el precio del alquiler en Andalucía ronda los nueve euros por metro cuadrado. Las cuentas no dan y así está la cosa, por si los viejos del lugar todavía no lo han pillado: que somos pobres como ratas, que trabajar ya no te garantiza nada por muchas horas que eches y que el contrato social, hoy por hoy, es ese. Sálvese quien pueda.
Y que sí, que una ayuda, más teniendo en cuenta que no va a dar para todos, no va a sacarnos del asunto. Pero, parafraseando a Artaud, es igual que pensar que si el faraón cabe en un nicho, deberíamos volar en pedazos las pirámides. La parte por el todo. Así es como hemos llegado a esto, al fin y al cabo. Como los jóvenes ya no quieren comprarse una casa, que vivan en un zulo. Como no tienen niños, no les hace falta conciliar. Si lo piensas es la misma reflexión continuamente. Y venga la pescadilla que se muerde la cola y en esas estamos, lo que te digo, derrotados.
Lo peor es que encima muchos estudiamos lo nuestro por el camino. Somos los pobres más cultos de la historia de este país. A propósito de esto me acordaba de aquello de los siervos de la gleba, que es un concepto que venía a denominar a los campesinos que, en la Edad Media y bajo un contexto feudal, establecían un contrato social y jurídico de servidumbre con un terrateniente. Tenían unas condiciones cercanas a la esclavitud, aunque su señor feudal estaba obligado a respetarles algunos derechos. Descontextualizado y leído literalmente se parece a esta cierta ilusión de ciudadanos libres que nos traemos últimamente. Al fin y al cabo, y en eso se escudan algunos, tienes la completa libertad y derecho para hacer lo que te plazca. Hasta tienes posibilidad de echarte una cerveza con los colegas de vez en cuando. Pero solo eso. Lo de pagar un piso por ti mismo, emanciparse… ya tal. Delirios de burgués. O de señor feudal, yo qué sé.
Mientras tanto, van pasando los días y «caído al suelo, caído al mar», que cantaba el bueno de Pedro Guerra, supongo que a ti y a mí solo nos queda la espera de tiempos mejores. Que es un poco como esperar a Godot. Cada vez más cansados, pero todavía en primera línea con esa esperanza quieta. Absurdos. «No hay nada que hacer», decía Estragón. «Empiezo a creerlo» respondía Vladimir. Pues eso.
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