OPINIÓN
Vosotros sabréis
De repente hay una preocupación inmensa por ese todo homogéneo que a duras penas constituye la juventud
Ser joven a día de hoy es algo bastante subjetivo. Hay chavales que se llaman adultos sin llegar a los 20 y viejales que dicen estar «como un muchacho». A menudo aplica como un adjetivo del espíritu. Es algo etéreo. El joven es un 'target' ... que se dice ahora. Un público objetivo que consume un determinado producto de una determinada manera. Todo tiene que ver con la pasta, claro. Antes uno dejaba de ser joven cuando se iba de casa. Se casaba, compraba una casa, tenía un contrato fijo. También tenía que ver con la pasta, claro. Como nada de eso ocurre ya, yo no tengo muy claro si soy joven a pesar de bordear los 30. Creo que no, pero cuento como tal. Así que sí, que no. Que caiga un chaparrón, yo qué sé.
La cosa es que llevamos una semana de campaña electoral y estamos en ese tiempo maravilloso donde el político de turno se acuerda de los y las jóvenes de este país, de esta región, de esta ciudad, que en tanto que votantes, son pocos, pero ahí están. De repente hay una preocupación inmensa por ese todo homogéneo que a duras penas constituye la juventud. Y es bonito porque, durante estos días, solo hay discursos positivos. Ahora ya uno no es solo joven, sino que es «talento», «futuro», «ideas innovadoras» y tal. Bienaventurados los jóvenes porque ellos heredarán la tierra porque no hay otro remedio, supongo.
Es gracioso porque el resto del año la mayoría de discursos que uno lee en un periódico o escucha en una tertulia vienen a decir que las nuevas generaciones han venido a cagarle la vida a la generación anterior. Un clásico. Todo va seguido de un argumentario sobre la preocupación por su pensión y que culturalmente los jóvenes son, en fin, la debacle de occidente y su democracia tal y como la conocemos.
Se nos achaca no tener hijos, estar absolutamente desinteresados por la política, quejarnos por todo y de todos, estar tristes constantemente, querer ir al psicólogo y, en fin, querer cobrar más de 1.000 euros al mes. De seguido, el argumentario prosigue siempre su cauce hasta desembocar en el pecado original, ya sabes: esa educación protectora por parte de nuestros pobres padres consintientes, a los que, madre mía, se les fue de las manos toda una pléyade de niños malcriados en los 2000 y que ahora, joder, no quieren esforzarse ya talluditos.
Como mínimo es un poco sesgado el asunto, la verdad. Así que, estando como estamos en plena campaña electoral, quería yo en esta columna darte una contrapartida. Verás, hay problemas políticos en los que se puede hacer seguidismo y cubrir las inseguridades de uno hasta la saciedad o intentar comprender. En el caso de la juventud, uno puede escaquearse de analizar las condiciones materiales en que viven aquellos que tienen entre 18 y 35 años. Claro que puede. Se puede obviar el innegable cuello de botella que existe en las empresas, los salarios reducidos a la mitad o al cuarto en la contratación en comparación con los que se jubilan, o mirar a otro lado frente a un acceso a la vivienda que plantea a cualquier muchacho a día de hoy un galimatías absurdo entre irte a plantar tomates al campo o gastar la mitad de tu sueldo en el alquiler. Eso se puede dejar de lado. Decir que el problema es la globalización, Netflix, el feminismo, la LOMLOE, la LOE o lo que tú quieras. El ser humano tiene formulas siempre imaginativas para negar la realidad de un problema.
Pero la cuestión es que hoy ser joven significa ser, estadísticamente, pobre. Y no, no es una hipérbole. Uno de cada tres, según el último informe del Consejo de la Joventud de este 2022, está en riesgo de pobreza. Son datos puros. Por si se quiere alguno más: en lo que se refiere estrictamente a los sueldos, desde 2008 entre la población general ha subido más del doble de lo que lo han hecho entre los jóvenes de 24 a 35 años y hasta ocho veces más que el de los menores de 24. Ya digo, son datos. Se puede debatir, ver las medidas, intentar de la forma más honesta posible llegar a un diálogo intergeneracional o, por el contrario, seguir mareando la perdiz hasta que esto un día explote. Vosotros sabréis.