Opinión

Querido algoritmo

Si vamos al terreno de la política, las redes son hoy por hoy el combustible de neonazis, fascistas de nuevo cuño y toda una ola reaccionaria

Es a menudo difícil no entrar a la marabunta, aunque sea por curiosidad. Yo me estoy quitando, eso digo siempre y, sin embargo, siguen siendo pocas las veces que no caigo. Hay gente que directamente vive ajeno, ni le echa cuenta y yo les envidio porque, como cualquier adicto, uno confía, ingenuamente, en que un día ya no necesitará la dosis.

Verás, el discurso anti-redes sociales tiene casi tantos años como las propias redes sociales y, se podría decir, cambia la forma, pero no el fondo, de un debate que tiene tantos siglos como la misma idea de «masa», que no deja ser un término con el que se denomina a los otros desde arriba como un algo abstracto, caricatura desdibujada, salvaje e incontrolable.

El concepto, hace ya años, me da pereza, si te soy sincero. La masa y yo. Como si fuera un intelectual del siglo XIX, no te jode. Yo admito que todos estamos en peligro. Uno entre tantos.

El problema es que, al fin y al cabo, el argumento del buen uso contra el odio todos lo conocemos y, me parece, quizás, estemos ya en un punto donde, si el problema de que haya una pantallita donde la gente se desdobla y se convierte en otro, habrá que escarbar un poco más.

Esta semana una amiga me comentaba sobre un tema de actualidad, que como síntoma te diría que ya ni recuerdo cual era, que no sabía ella, ciertamente, si su opinión sobre el asunto en cuestión era propia o si el algoritmo hacía ya tiempo que se la formaba sobre cualquier aspecto o hecho remarcado en la agenda del día nada más entrar a las aplicaciones de turno, llámese Twitter, Instagram o lo que sea.

Yo hace tiempo que tampoco lo sé, la verdad. Buscando en Google, he visto que el último informe de referencia sobre el consumo en redes, el de 2022, hecho por la empresa Hootsuite, viene a decir que nueve de cada diez españoles tienen una cuenta en alguna plataforma y que de forma diaria entra en ella a ver qué pasa ya desde la hora del desayuno.

De media, echamos unas dos horas al día, por lo que entiendo que habrá quien eche diez minutos y quien eche diez horas. Mi primera duda respecto al estudio, viendo el percal a veces en las redes, es si quien se dedica a decirle «hijo de puta» a todo dios en cada interacción lo hace nada más entrar o si se espera un poco. Si viene ya preparado de casa y proyecta mierda o si en realidad es genuino el enfado con casi cualquier cosa.

Sé que es algo injusto decir que todas las redes sociales funcionan igual, yo también creo en las comunidades cerradas, el conocer gente nueva, afines o menos. Como en todo en la vida te diría, creo que siempre hay espacio para la belleza.

Pero, no sé tú, a mí me molestan tanto los otros, que siempre termino repitiéndome eso de «qué hago yo aquí». Como ejemplo, cada vez que veo una foto publicada en cualquier red social de alguien, ya no con sobrepeso, sino con un cuerpo mínimamente distinto al canon, lo normal es encontrarme un comentario abajo metiéndose con él.

Si vamos al terreno de la política, las redes son hoy por hoy el combustible de neonazis, fascistas de nuevo cuño y toda una ola reaccionaria que está tan atenta para soltar bilis contra la selección femenina de fútbol como para acosar a cualquier persona transexual que subió un selfie o preguntar la raza del agresor en cada noticia de un episodio de violencia machista.

Estaremos de acuerdo en que es casi esquizofrénico que al mismo tiempo que se hacen campañas contra el bullying en la tele, la cultura de redes que hoy por hoy manejamos esté hecha para propiciarlo. Cada cierto tiempo sale en el telediario que un chaval o una chavala se suicida por esto y la gente se echa las manos a la cabeza, cuando lo cierto es que lo tenemos asumido. No sé hasta qué punto no somos todos un poco cómplices.

Por otro lado, «el algoritmo funciona», diría mi amiga. Es muy probable que tú que estás leyendo esta columna no formes parte de lo que describo.

E incluso compartas con buena intención este mismo texto en las mismas redes que hasta cierto punto demonizo. Y de nuevo será este otro alegato contra el bullying, el odio y las redes como paradigma de que todo está fatal y que hay gente que es muy mala.

Entiendo que de eso no se puede escapar, pero intentando hacer un poco de autocrítica, te diría que de hace un tiempo a esta parte nuestro problema tiene más que ver con haber puesto la moral por encima de la empatía, lo que creemos que deben ser las cosas frente a lo que son, y que en esencia traducido resulta en que nos importamos más nosotros que los demás. Todos estamos un poco enfermos de eso, admitámoslo. Soy de los que le gustaría invertir los términos.

No está mal, a veces, esforzarse un poco en ser amables. Sé que es una forma un tanto naif de afrontar el lodazal de marras, pero insisto en que no se me ocurren muchas más maneras de evitar convertirme en una persona deleznable a poco que me miro un rato en el espejo.

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