Hoy no puedo
Cuanto más trabajo más se me pone la cara agria y miro más al techo y las cosas empiezan a suceder como una batalla monumental contra el tiempo, mi cansancio y, lo que más duele, las cosas que me estoy perdiendo ahí fuera
Me sucede estos días eso de no tener tiempo para nada. También sucede que me he puesto la mesa de trabajo dando al patio interior y, ya ves, soy como un preso. Esta columna, quizás, tenga tintes de eso. Te escribo desde mi celda particular. ... Hay gente a la que pone lo de estar así, fíjate. El recogimiento. A mí, nada. Miro por la ventana hacia el piso contiguo y elevo la vista cada tarde, justo antes de que anochezca, como diciendo «un día más que se va». Escucho el revoloteo de las palomas y la cena que ya comienza a hacer mi vecino y yo que la huelo y el estómago que se quiere mudar o al menos negociar cara a cara un nuevo horario. El caso es que no me muevo de la silla ni a la de tres últimamente.
Escribe que te escribe. Lee que te lee. Procrastinar a veces, qué remedio. Y siempre o casi siempre con este aire melancólico, que me llama Anita por teléfono y yo le digo «hoy no puedo», y luego me enciendo un cigarro, en ese pequeño momento de descanso que te ofrece la resignación.
Como el que cumple condena. Porque la vida cuando no se tiene mucho tiempo es eso. Una condena encubierta. Cruel, además, porque te da siempre esa sensación de que algo te estarás tú organizando mal para que las horas no te lleguen.
Y sí, a lo mejor este cuadro casi poético que te explico tiene mucho de tremendismo y, puede ser, algo de lirismo impostado. El que te escribe hoy está cansado. Y bueno, al fin y al cabo, así son las cosas y así me salen por la boca a esta fecha, donde tú a lo mejor estás pensando en tu puente y hay otros tantos como yo mirando por la ventana y diciendo «hoy no puedo».
Por lo visto España es de los países donde más se trabaja en Europa. Echamos unas jornadas de padre y señor mío. Unas 1.695 horas cada año de media. Unas 300 más que Alemania, que va a la cabeza. La estadística tiene su gracia porque encima resulta que no nos renta para nada. Por aquello de la productividad y tal. Y yo lo comprendo porque cuanto más trabajo más se me pone la cara agria y miro más al techo y las cosas empiezan a suceder como una batalla monumental contra el tiempo, mi cansancio y, lo que más duele, las cosas que me estoy perdiendo ahí fuera, que solo por desconocidas siempre me suelen parecer más bellas que este puro ejercicio doméstico.
Autónomo y teletrabajando, ya te puedes imaginar que lo mío tiene premio, porque además en mis circunstancias, uno se vuelve avaricioso. Y sale un trabajo y lo coge. Y sale otro y lo coge. Y al final solo piensa en el futuro y es como la lechera que piensa en qué se gastará los cuartos luego mientras le sale otro trabajo y lo coge.
Porque autoexplotarse es un arte y quien lo probó lo sabe. No es muy diferente al resto de trabajos precarios si lo piensas. Todo el mundo hace eso. Solo que encima tengo que considerarme afortunado porque, de normal, al menos por experiencia propia y de mis amigos, cuando sale un trabajo y lo coges, muchas veces tienes a un tipo respirándote en el cogote y perdonándote la vida cada día por habértelo dado.
En resumen, ando pensando aquí desde mi prisión autoimpuesta y aprovechando este rayito de sol, que lo del tiempo es algo así como una entelequia para quienes lo tienen siempre y una aspiración metafísica para el currito. Porque el tiempo no se tiene, el tiempo se siente que se tiene.
Y es jodido, porque en esa tesitura hay ocasiones en que cuando el tiempo para uno mismo existe y no has caído a la cama de golpe, la ansiedad de tenerlo hace muchas veces que se te esfume entre los dedos. Es como si se hubiera aparecido dios, una experiencia fugaz en la que no te conseguiste dar cuenta de nada.
Yo no soy muy amigo de los esoterismos y la verdad es que me gustaría vivir en un mundo donde esto del tiempo no tuviera mucha importancia. Porque puestos a la metafísica, prefiero eso del amor, la amistad y la querencia por determinados aspectos que alegran a uno la vida sin necesidad de mover un dedo. Porque si uno ama mirando al reloj, ya te digo yo que algo no va como debería. Esa es la prueba del algodón. Te lo digo a ti, pero también un poco a mí, claro. Algo habrá que hacer, aunque hoy se no pueda.
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