Opinión

Mi primerito día 'fit'

«La última vez que fui al médico me dijo que tenía que dejar el curro que tenía porque a lo mejor me daba un jamacuco en los próximos meses si seguía en ese plan»

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La última vez que fui al médico me dijo que tenía que dejar el curro que tenía porque a lo mejor me daba un jamacuco en los próximos meses si seguía en ese plan. Me dijo también que tenía que dejar el pan, que la carne un poco fuera ya si eso y que, de ser posible, me apuntara a hacer algo de deporte. Le he hecho caso en todo. Por un tiempo no escribiré noticias, que para el caso bien está para lo que hay contar que diría aquel. He cambiado el pan por los picos, porque tampoco hay que pasarse. En mi frigo ahora hay elementos tan variopintos para mi antigua dieta como unas acelgas y, bueno, me apunté al gimnasio, que es ese tipo de gestos que, en este tiempo nuestro, a falta de contenedores quemados, manejamos para explicitar la voluntad de cambio.

Llamé el otro día a mi amigo Pablo, que es a quien llamo para ir a hacer deporte en sitios y ser conjuntamente dos personajes patéticos que hacen lo que pueden frente a la presión social del esfuerzo inaudito, del «otra más que tú puedes». Pablo sabe que yo siempre le complazco con un «no pasa nada, ya mañana, hoy estuvo bien» y yo siempre sé que puedo contar con él para que me diga «oye, que es tu primerito día, no te preocupes» y así pueda yo salir indemne de culpa tras pegarle el tremendo bocado a mi cada vez más temblorosa cuenta bancaria para pagar la inscripción.

El caso es que ayer llegó el día y nos lo tomamos en serio. Nueve de la mañana. Puntuales. Llovía a mares. Nos da igual. Pablo con paraguas. A mí no me importa. Nada más entrar por la puerta, resulta que hay que instalarse una app. Le digo a la recepcionista que no puede ser, que el médico me dijo que tenía que dejar el móvil, que me voy a poner a trabajar sin querer, y que no tendría sentido, porque ya no tengo trabajo y que vengo por receta médica, señora, que yo no vengo a poner los ojos en la pantallita, que yo vengo a quitarme la lorza. Pero ni caso. Primera derrota.

Me mimeticé con el ambiente. El gimnasio, comprendí nada más entrar a la sala de la maquinaria, es, de hecho, un lugar para la derrota y los derrotados. Aquí se juntan divorciados, parados, gente que solo quiere evadirse y otras ¿personas? que le buscan un sentido a la vida. Así que estamos todos en el mismo saco, me dije. Pablo se fue a sus cosas. Yo me fui a las mías. Cada uno con su pantallita. Me dice la app que me tengo que poner a correr en la cinta. Primer ejercicio. Lo bonito de mi gimnasio es que la cinta da justo a un ventanal donde se ve perfectamente la calle y así estuve yo, en mi primerito día, como un voyeur, viendo a la gente tapándose infructuosamente bajo la lluvia, los muchachitos apretándose con parsimonia unos a otros buscando cobijo y llegando a su lugar de destino, mientras que yo, paradójicamente, no paraba de correr hacia ningún lugar y a los cinco minutos ya sudaba como un pollo y estaba, en definitiva, con lo peor de correr bajo la lluvia sin la lluvia: empapado y sin un lugar al que llegar.

Como comprenderás, terminado el correr, llegué a la conclusión que un gimnasio es un lugar preparado para eso, para la perversión y la paradoja, que son dos caras muy reconocibles del absurdo mundo en el que creo que vivo. Levanté luego la mano hacia Pablo buscando una mirada cómplice, pero mi amigo tenía los cascos puestos y no me escuchaba, y en su lugar, me atendió el señor monitor, que tenía muchas cosas que contarme sobre perversiones y paradojas. Multi hip glúteo, dice la app. Hip Trust Pure, dice la app. Y el señor monitor me explica cómo se coge la máquina y yo soporto la máquina mientras la mañana va pasando.

El médico no dijo nada de los glúteos, con los cuales me encuentro a gusto, ni que el multi-hip fuera necesario. Pero bueno. En esas me debatía cuando llega Pablo y me cuenta que ya está y que nos vamos a casa. Después de la ducha me di cuenta de que solo traía las chanclas para después de la sesión y ahí que salí yo a la calle, lloviendo a cántaros, con mis chanclas. Miré hacia el ventanal, pero ninguno en la cinta me devolvió la mirada. A cada paso hacía un ruidito de pato con la presión de los charcos entrando entre la suela y mis pies. 'Aqua gym' le dije a Pablo. Y se rió.

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