OPINIÓN
Preguntas de un precario que escribe
Tampoco te voy a engañar, después de este tiempo, más que certezas, tengo preguntas
Cuando empecé a escribir esta columna hace casi dos años no sabía muy bien por qué lo hacía. A menudo un periodista joven coge una columna de opinión por fetiche y lo convierte rápido en una suerte de altavoz de su ego. Una forma de ... posicionarse, ya sabes, en este mundillo de la prensa que, la mayoría de las veces, como mínimo, da dentera, cuando no verdadero asco. Hace ya un tiempo que tengo claro sobre qué y por qué quiero hablar. También que me importa un bledo el mundillo, no así el mundo. Un mundo pequeño, el que uno puede tocar. Ni más, ni menos. Mis vecinos, mis amigos, mi barrio. Hay más verdad en una intimidad que se ausculta con minuciosidad que en los discursos rimbombantes, de eso estoy seguro. Hay cierta universalidad en lo que nos duele.
En esas, hago lo que puedo, claro. No siempre estuve fino, habrá a quien no le guste y pido perdón por las erratillas que las prisas y el empuje han dado, sin querer, como resultado. Sí me quedo tranquilo en el intento de no tomar prestados otros debates que me son, siendo sincero, insulsos y que, tanto en forma como en fondo, no me importan. Ese vocabulario repetitivo y tedioso, el del «sanchismo», la «amnistía», «los catalanes» y el pasillo ancho al discurso fascista, ese que dice «constitución» como si fuera un chicle gastado siempre pegado a la boca, es más propio de la ceguera social, el seguidismo y la pobreza intelectual más acuciante de nuestro tiempo. Tampoco, no te creas, me pone demasiado su réplica. El esfuerzo, llegados a este punto, es que ni ese léxico de política de parvulario, ni el espíritu de la creencia frente a pensar una mijita antes de hablar me quiten un ápice de entonación en una frase o me mueva de sitio una coma.
El texto que nace de ideas prefabricadas, nace muerto, y vivimos en un mundo, yo creo, donde las cosas artificiosas se ven, a estas alturas, a la legua y donde es necesario, cuando no urgente, un debate vivo y beligerante con respecto a determinadas posiciones. Repito que he hecho, y todavía hago, lo que puedo. Si algo me entristece o me encabrona, lo digo. En el enfado honesto uno consigue darse cuenta de quién es. Esto sirve principalmente para no avergonzarse al mirarse al espejo. También es práctico para entender quiénes tienes enfrente y al lado y hablar desde ahí. Ser honesto desde ahí.
Pero, tampoco te voy a engañar, después de este tiempo, más que certezas, tengo preguntas. A menudo te das cuenta de que muchas son obvias e incluso nos hemos imaginado muchas veces su respuesta pero, me da la sensación, la mayoría han sido silenciadas por el brillo de la red social, la explotación laboral o el miedo, quedan en reposo cuando debería regurgitarse como un grito.
Me explico. Yo, Álvaro Holgado, tengo menos de 30 años y he pasado los últimos años de mi vida laboral, por suerte o por desgracia, como muchos de mis amigos, escribiendo. La pregunta es: ¿Por qué la mayoría de nosotros apenas hemos pasado nunca del salario mínimo? Me han explotado. Me han tangado horas por todos lados, llegó un momento en que ni las contaba ¿Nadie llevó la cuenta? ¿Acaso nuestro tiempo era valía menos que la del jefe o el dueño del periódico? Sin nosotros, ¿Habría periódico? Nos enseñaron a movernos por vocación. En muchos casos, nos ha mantenido atados a una silla incluso en situaciones de mobbing, depresión, ataques de ansiedad y hasta de pánico ¿Hacen falta mártires para que se hable de ello? Luego, cuando se hable de ello ¿Cuántos suicidios harán falta para que una redacción, un bar o cualquier trabajo para un chaval precario no sea una picadora de carne? Ya te he dicho que solo escribo de lo que veo. Lo ve todo el mundo ¿De verdad se piensan que esto va a seguir así mucho tiempo, que no va a saltar por los aires en ningún momento? El lector debería saber que cada medio que ve y lee vive una crisis generacional y que no tiene que ver con TikTok, ni con internet, ni con ninguna leche de estas. Tiene que ver con los salarios. A quienes están dentro, y jamás dijeron nada, habría que preguntarles ¿Cómo se siente mirar para otro lado? Los hay cínicos e idealistas, que tienen más o menos talento. Pero si se habla más de amnistías, de cualquier politiqueo o el viral de turno en Twitter más que de precariedad, de vivienda o medioambiente no es por frivolidad o falta de capacidad de quienes escriben, sino por miedo, cuando no desdén ajeno, censura y autocensura. A veces, ni se piensa. Que aquí hay generación de periodistas criada en la cultura de la autocensura, querido lector, ni se debate.
Por último, algunas más generales ¿Hasta cuándo la gente joven y precaria va a aceptar que todo sea así? ¿Creen arriba que no hablamos entre nosotros? ¿Hasta cuándo la trampa? ¿Hasta cuándo la ausencia de futuro, de vida, de expectativas? ¿Hasta cuándo el miedo? Bertolt Brecht dejó escrito «Preguntas de un obrero que lee». Está algo desactualizado y quizás ya nadie comprenda la palabra «obrero» porque ahora todo el mundo lee. Nos puedes llamar como quieras. El tiempo, en todo caso, sigue rodando. En una columna, o donde sea.