OPINIÓN
La película que te has montado
Todo está, de alguna forma, ya perdido mucho antes de empezar
El otro día llovió a cántaros toda la mañana. Hay días que pasan como una tregua y ese fue uno de ellos. Como casi todos, no recordaba a estas alturas lo que era un día de lluvia. Me quedé toda la tarde mirando por la ventana y luego, ya de últimas, cuando escampaba, me hice un cigarro y me lo fumé mientras me caían las gotas de lo que quedaba de chaparrón. Resulta increíble cómo a veces uno busca, casi sin querer, esa sensación peliculera, que te conecta con algo que, por una razón o por otra, entendemos como bella. Le quitaría encanto a la escena si te digo que el cigarro se me mojó enseguida, no tiraba la calada, se me empaparon los cristales de las gafas, no veía una mierda y al final el momentito esteta duró lo que se puede decir menos de un patético minuto. Luego entré de nuevo al salón como un perrillo mojado y mi verdadero perro me miró confuso pero seco, como preguntándose cómo puede su humano ser tan estúpido.
Ni siquiera me acompañó como siempre al cuarto cuando me fui a cambiar de ropa. Apenas siquiera me dio algunos lametones a las piernas empapadas cuando por último me senté en el sofá ya derrotado en mi batalla por la estética introspectiva. Pasa a menudo. La mayoría de cosas que hacemos tienen más que ver con una creencia de cómo sucederían idealmente que de cómo se viven en realidad. Uno se cree que si sale a fumar bajo la lluvia con aire melancólico puede sentirse por un momento el protagonista de una película 'indie' cuando al final, en ese momento justo en que encarnas ese personaje que se pone serio y mira al infinito, también puede pasar que te entre agua en el ojo y acabes tuerto por un rato. La mayoría de lo que imaginamos no se cumple. Todo está, de alguna forma, ya perdido mucho antes de empezar. Además, si, por casualidad, lo imaginado es posible, suele pasar que al final tampoco es para tanto. No es una tragedia que algo no salga como pensamos, solo lo normal.
La regla se puede aplicar a todo, desde el amor al curro y desde el desamor a no hacer nada. Puede parecer, así dicho, una obviedad, pero hace tiempo que veo a demasiada gente empleada en el bucle de la autoexigencia, de la perfección y en consecuencia la culpa propia, cuando lo cierto es que huele todo mal si a fin de cuentas parecemos condenados a no conformarnos con la vida tal y como es. Es fácil, si uno sigue por ese camino, llamar procrastinar a parar porque hace falta, hacer de la hiperproductividad un canon de éxito personal y, en definitiva, renegar de todo aquello que no es exacto ni preciso, cuando, como humanos somos concretamente eso, inexactos e imprecisos. Los ideales mal llevados paralizan y la realidad tira abajo casi todo lo que no es cierto. La mayoría de mis amigos han sufrido por el sueño frustrado, por la vocación que no sirve, por el pasarla jodido por un tiempo cuando, estaban convencidos, la promesa de futuro les iba a llevar por otro lado. Yo te diría que bien puede ser la vida un goce frente al dolor que la caracteriza si tal y como viene la entiendes y uno emplea el esfuerzo solo en lo que merece la pena. Si los días de lluvia uno sabe esperar en el salón bien acompañado y luego, ya después, sale a la terraza, cuando escampa, aún sin sol, todo nublado y sin trascendencia alguna, pero con la posibilidad poder mirar, al fin, al horizonte.