Contra la paciencia
Cada vez estoy más convencido de que esas expresiones no dejan de ser las consecuencias de una forma de entender la vida, que más allá de ser más pobres que el betún a final de mes, nos asfixia, nos ahoga. Y de esperar, evidentemente, se te cansan las piernas
El final del verano, cuando no se es un niño o al menos te recuerdan que ya no lo eres, pasa como pasa el resto del tiempo. No tiene esa épica, ni esa desgracia. Las vacaciones, al menos a mí, desde que no son de ... tres meses, me saben siempre a poco. Todo parece lo mismo y hay que parar porque hay que parar. No como algo lúdico, sino casi prescripción médica. Cuando se termina es algo así como terminar una rehabilitación. Durante las semanas que sean, más que correr tus aventuras y aburrirte como en la infancia, a mí me da tiempo a pensar en que esto de trabajar, es, con respecto a la vida, una estafa.
Hay veces que me pregunto por qué la gente sigue en ello con tanto entusiasmo, sobre todo tú, que siempre te imagino tan precario como yo cuando te escribo. Últimamente llegué a la conclusión de que todo se basa en promesas. Me dirás: «el mundo se basa en las promesas» y sí, tienes razón. Las hay desde las más rudimentarias, como el pensamiento de que el sol saldrá mañana, a aquellas que participan de complejas operaciones de las que ni nos enteramos, pero que damos por supuestas, como dejar la basura en el contenedor y que al día siguiente ya se la hayan llevado. Hay una promesa latente en todo eso. De que la «cosa» funciona. De que nuestra «cosa» funciona.
En el amor, partimos del mismo punto. ¿Qué es el amor sino una promesa? Aunque se trate del mínimo indicio, con la excusa, el enamorado, enamorado sigue. En el curro, sin embargo, no termino de pillarle el punto. Cualquier relación, últimamente, parece más cercana a lo tóxico que a otra cosa. Leo a muchos de mi generación, ya te digo, los que están como tú y como yo, hablar de un supuesto futuro donde la misma mano que te da la guantá con cada nómina, te va a dar la caricia cuando te la ganes. Lo que se dice la «promesa del después».
En esto, hay un término que recibo siempre con especial inquina. Lo de la «paciencia». Con sus variantes, ya sabes: «llegará nuestro momento», «hay que esperar unos años» y etcétera. Como si el «momento» dependiera de una suerte mesiánica por la que las cosas se arreglarán, al fin, porque sí. Como si estuviéramos hablando de la resurrección de las almas y no poder pagar el alquiler.
Encima, el discurso de fondo es de una crueldad que echa para atrás. Primero te hago sufrir lo indecible y luego, quién sabe, a lo mejor la cosa cambia. Llegará El Momento. Si lo pensáramos en una pareja, ya sabríamos que el invento es propio de un maltratador psicológico de manual.
Lo que te vengo a decir es que entiendo el entusiasmo. Es un síntoma de época. Muchachos y muchachas tan listos, tan preparados, tan leídos, que hasta parece una utopía ilustrada. Pero las promesas, cuando se saben incumplidas desde hace tiempo, solo provocan un dolor tan profundo que se nos está empezando a notar en la cara.
El semblante quieto, la mirada ida, el hablar ansioso o perder las ganas siquiera de hacerlo, se me aparecen casi de diario cada vez que cojo una llamada o invito a una cerveza. Cada vez estoy más convencido de que esas mismas expresiones no dejan de ser las consecuencias de una forma de entender la vida, que más allá de ser más pobres que el betún a final de mes, nos asfixia, nos ahoga. Y de esperar, evidentemente, se te cansan las piernas.
Me dirás: «vale, y ¿entonces qué?» Pues todo. Emanciparse en este tiempo nuestro, cada vez estoy más convencido, es entender que la vida no espera mientras esperas un ascenso o pasar de los 1.000 euros. Que esto último es una trampa que solo va a servir para engrasar una rueda preparada para hacerte infeliz. Y que lo invertido en el camino (la pasión, la ganas de moverse, la vocación o el impulso propio de la juventud) deberían servir como motor, no para la economía, sino para la vida misma. Y al que demonice esto y te llame vago, o al fin y al cabo le cueste comprender que el paradigma está cambiando, mira, que le den. Que espere sentado. O que tenga paciencia.
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