Opinión
«Harto de ser sagitario»
«De pintadas las hay que son las míticas y que se repiten como 'remakes' en cada barrio de este país y mi barrio, que para mí es el más creativo de todos, no es distinto»
Las paredes de mi barrio contienen una poesía urbana asombrosa. A lo largo de todos los años que llevo en este piso mío que llamo casa, aunque sea un cuarto sin ascensor y sin visos de tenerlo, ha habido muchas gloriosas. En la esquina que ... da al supermercado, alguien cogió un rotulador y puso «soy neoplatónica». Casi nada. En esas me quedé yo mirando al vacío, frente a la pared, con mis bolsas de la compra apretándome las manos, todo rojas, pero pasmado, claro, porque, ante tantas cosas que pudiera uno escribir para los vecinos del barrio, alguien se decidió a confesarse eso, neoplatónica, como una declaración de intenciones frente al mundo.
A mí esto de las pintadas, siempre que se hagan con gracia, me han gustado muchísimo y me gusta fotografiarlas como el que podría estar fotografiando la Alhambra, pero con la diferencia de que el retrato forma parte de un patrimonio digamos vivo, sin grandes relatos históricos, pero llenos de mensajes crípticos, de cosas dichas con nocturnidad, buscando la mirada del otro, en general y en concreto, como un grito a escondidas, pero con la intención de que se entere la gente.
Existen sus actos íntimos también. Uno escribió hace un tiempo: «María, eres el amor de mi vida». Y pasados unos meses se ve que la cosa con María no funcionó y, después de tachar el mensaje, escribió a un ladillo: «ya no». También algún que otro improperio que no voy a reproducir aquí porque tiene menos clase y menos arte, pero fíjate qué estampa de amor, la pared entera para esos dos muchachos enamoriscados de tal manera que querían proclamar su amor a los cuatro vientos y al final, como todo, la tragedia y a otra cosa.
De pintadas las hay que son las míticas y que se repiten como 'remakes' en cada barrio de este país y mi barrio, que para mí es el más creativo de todos, no es distinto. Los «emosido engañados» campan a sus anchas como esos mensajes para la revolución irónica de la vida, que no se sabe muy bien hacia dónde irá, pero que es revolución al fin y al cabo y eso no deja de tener su aquel. Al ser humano nos mueve eso, un revolcón, un cambio de zapatos, que las cosas nunca sean como tienen que ser todo el rato, porque si no la vida pesa y la gente se aburre y después estamos todos un poco irascibles y pasa lo que pasa.
Una de mis pintadas favoritas es una que pusieron hace una pila de tiempo en Granada, en los muros de la facultad de Derecho, ni más ni menos, que decía: «Los Punkis dominaremos vuestro asqueroso universo». Y yo ya no sé si los punkis existen o tienen siquiera su razón de ser, pero todavía me sigo riendo. Y estando un poco de acuerdo, para qué engañarnos.
Por aquella época recuerdo también que una vez volviendo del bar, mientras compraba papel de tabaco contando las monedas frente a una máquina de estas modernas que igual te venden condones que unos Risketos, pasó de largo un tipo cincuentón diciéndole a su colega: «me gustaría tener el pelo rosa» y acto seguido se quedaron en silencio. Yo me lo quise y quiero tomar en serio porque allí, por la cogorza que llevaban o lo que fuera, no se reía nadie y en el trasfondo de aquella frase, pienso yo, hay una cosa bellísima que es esto de comprender que incluso detrás de los perfiles más insospechados se esconden deseos que uno no siempre espera. Que la composición de lugar que nos hacemos en la cabeza sobre las cosas, no sirve casi nunca para nada. Que el asqueroso universo desde luego necesita todavía a los punkis y quizás no tanto a los neoplatónicos.
Esta misma semana, sin ir más lejos, apareció una nueva pintada en el barrio que decía: «estoy harto de ser sagitario». Y yo le veo todo el sentido del mundo porque parece que uno tiene que ser lo que es, aunque no quiera, y más allá de las cuestiones materiales que se tengan, que, por supuesto, constriñen e importan, no estaría mal poder ser lo que a uno le plazca sin tener que atenerse a un destino marcado que, a los hechos me remito, acaba por provocar una ansiedad importante, porque en el pasar de los días si no sucede lo inesperado, ya ves, parece que te estás muriendo a poco sin que te des cuenta.
Que a lo mejor soy yo el que se está poniendo un poco esotérico con todo esto por dos o tres pintadas, pero no sé, «vanpiro esiten» que escribiera otro poeta de los muros. Como fui a cole de monjas y no creo que me atreva a pintar lo que pienso en las paredes, las escribo por aquí. A ver si algo se tuerce. A ver si algo pasa. Seguiremos informando.
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