La gran renuncia

De hace un tiempo pienso, en realidad, que cuando uno cambia de piso, de curro, de pareja, ya lo había hecho, de alguna manera, mucho antes, en su cabeza

Álvaro Holgado

Cádiz

A veces me pregunto hasta qué punto uno decide o no quedarse en un sitio o marcharse. Hay quien argumenta con vehemencia su discurso. Hay quien apela a Dios. Otros a la Pachamama. A los astros y el horóscopo. El destino. O simplemente un día ... se despertó y pensó que ya no más. De hace un tiempo pienso, en realidad, que cuando uno cambia de piso, de curro, de pareja, ya lo había hecho, de alguna manera, mucho antes, en su cabeza. Uno muda primero los pensamientos y ya luego hace las cajas y comienza a recoger sus cosas. A menudo las decisiones, a priori y desde fuera, más complejas, son, en el fondo, las más sencillas. Fueron tomadas inconscientemente mediado el desamor o la apatía, el recelo o la explotación, la precariedad o la desgana. Pasados los años, en ese jugueteo de palabras y cuentos que es la memoria, le damos forma y sentido, pero lo que es saber, ya se sabía. Podríamos incluso fechar en un preciso instante cuándo sucedió el click'.

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