OPINIÓN

La 'generación Leonor' no es lo que tú te imaginas

Las instituciones hace tiempo que deberían de dar el primer paso. Y los medios, la voz de alarma

Cuesta a menudo desde las provincias hacerse una idea de los debates que se tienen allí, en la capital. Muchos de los amigos que más aprecio, cuando les hablo de lo que leo en los periódicos o se discute en determinadas redes, resoplan y me ... cambian de tema. Quizás por eso los aprecio tanto, también te digo. Es aburrida la burbuja mediática estos días. O miras a Gaza y observas un horror que paraliza o miras a la política doméstica y te viene sin querer un halo de pereza. La chicha esta semana estuvo en la jura de la Constitución de la Princesa Leonor y, más allá del rito o los pasteles, me llamó la atención eso que algunos opinadores han pasado a denominar, sin mucha imaginación, como la «generación Leonor». Es gracioso que ante el lío nominativo (lo de millenials, centenials, Z o X es a veces un engorro), haya quien se decida finalmente a definirlo así, tan simple que roza lo futbolístico, como si fuera una quinta de canteranos. Leonor de capitana y los demás ya veremos.

Pero más allá de la coña, lo que volvió a sorprenderme es la incapacidad de los más reputados cronistas para describir o entender al menos en qué consiste la vida y las condiciones de posibilidad de un joven hoy día. Hay quien intenta señalar, e incluso ensalzar, los sacrificios de la heredera al trono insistiendo en que no podrá ser una joven cualquiera cuando, llegados a este punto, solo hay que fijarse en los datos, ser un joven cualquiera, digamos, es la mayoría de veces una putada.

Para mí es impactante. No sé cómo lo hacen, pero es siempre igual, haya jura o no. O bien se impone un relato de romantización de una juventud que estará en los libros o en la memoria de un cincuentón desde luego a falta de reactualizarse, o bien vuelven a centrarse en la estigmatización de los jóvenes ya no como vagos, sino como casi afásicos. La mitología, en serio, es una cosa apabullante.

Sobretodo porque, si hablamos de sacrificios, es tan fácil como mirar eso, tres datos, para hacerse una idea. Según el Instituto Nacional de Estadística, la tasa de paro en España en 2022 de los hombres menores de 25 años, lo que antes llamábamos Z y ahora parece que Leonores, se coloca en un 28,9%. La más alta de todos los países de la Unión Europea. Casi superior al doble de la media, que está en un 14,6%. Cuando hablamos de mujeres en ese rango de edad, la cifra sube: hasta el 30,8 %. Lo que resta, trabaja, sí, pero ha perdido casi un 11% del poder adquisitivo que tenían los de su misma edad hace 15 años.

Si hablamos de expectativas, incluso con un trabajo es probable que no les de, siquiera, para emanciparse. Volvamos al INE. El 53,1% de los jóvenes de 25 a 29 años en España no ha podido irse de casa, casi cinco puntos más que la década pasada. Mejora cuando pasas los 30 años, eh, pero no mucho. Un 25% sigue en las mismas pasada la treintena. Es más, podríamos concluir que, al fin y al cabo, la falta de regulación del mercado inmobiliario en España va terminar provocando de seguir así una suerte de solidaridad colectiva con la futura reina al no poder irse de casa de sus padres por mucho que curren y quieran. Esa es, hoy por hoy, «la generación Leonor».

Lo que indigna, además, cuando se escuchan este tipo de afirmaciones frívolas es que para saber estos datos que te digo, no hace falta ni salir de casa. Hasta en las provincias se entera uno. Son datos públicos. El truco, eso sí, lo recomiendo, es levantar el culo de la silla e interesarte, aunque sea un poco, y no quedarte a vivir en Narnia. Porque es obvio que la juventud de la Princesa será otra. También es evidente que en el hambre de uno manda uno. Pero hasta cierto punto. La vitalidad, la imaginación o el impulso crítico de los jóvenes no pueden ser la excusa constante de una minoría mediática en este país para justificar u obviar ni sus condiciones precarias ni la falta de interés político en aliviarlas. Mucho menos, encima, para que se juguetee con la idea de que tienen una presunta libertad que le falta a la Princesa. Hasta para el más monárquico la afirmación es contraproducente. Esa generación, que todavía está por construirse y relatarse a sí misma la España que quiere, corre el riesgo, si es que no lo ha hecho ya, de caer en el cinismo más atroz y desesperante si nadie lo remedia. Las instituciones hace tiempo que deberían de dar el primer paso. Y los medios, la voz de alarma. El nombre, sea generación Z, L o W, ya te digo yo que les importa un bledo.

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