opinión
Faltar a la cita
«Y a veces solo se trata de eso, de premiar la ferocidad de la belleza que ocurre frente a la cita obligatoria e insípida»
Escribo esto sentado a duras penas, mocoso, con los ojos rojillos. Un catarrazo, vaya. Me duele prácticamente todo desde hace casi una semana. Por lo visto le está pasando a muchos. No sé si es covid o qué narices, pero aquí estoy, escribiendo. A todas ... luces parecía una buena oportunidad para dejar la columna en blanco por un día, que quieras que no a veces apetece. Pero no, ni por esas. No por un sentido del deber, ni mucho menos, que sé que me entiendes, sino porque llevo una semana que no hablo con casi nadie y, a lo mejor, a ti te gusta escucharme.
Así que, haciendo del problema la virtud, hablemos de esto último, que tiene miga. Ya sabes, lo de los deberes y las citaciones, los compromisos inquebrantables y todo eso. Hay muchos que lo convierten en su manera de estar en el mundo y les regla el hacer y el decir hasta límites indecibles y, a la postre, acaban por ser seres que, no te engaño, me suelen parecer un reverendo pelmazo. Unos muermos, vaya.
A menudo he pensado en todo ese orden de horarios, gente dispuesta desde primera hora y puntos de agenda a completar como una suerte de peaje de esta vida para quienes como yo les gustaría estar mayormente evadidos y pensando en otras cosas. Y me dirás tú: ¿qué otras cosas? Pues qué te voy a decir, si nunca puedo estar así, mayormente evadido y buscando esas otras cosas en las que pensar. Lo cierto es que no sé todavía cuáles pueden ser. Pero ahí están, te lo juro, esperando a ser pensadas.
Ocurre que los espacios de tiempo que se abren para ello, a mí al menos, que a veces no tengo tiempo ni para mear con esto del curro, solo suceden cuando como ahora el cuerpo se me cansa y en la absoluta incapacidad de hacer, de repente, de mirar el techo mientras intento respirar con tanto moco, en el hartazgo típico del mal enfermo, surgen esas otras ideas. Más creativas, supongo. Pero me duele tanto el cuerpo que nunca las apunto y con la pastilla dada, viene la siesta y ya no me acuerdo luego. No tengo pruebas. Pero tampoco dudas, que diría aquel.
Pasa como con los sueños. Sueño mucho y raro esta semana y casi nunca me acuerdo de ninguno. En uno de los pocos que se me quedó grabado en la mollera, fíjate, había un tipo recurrente, casi insípido, de una cara sin más, con barba de tres días, medio alto, dejado, y al que yo quería contactar fuese como fuese porque pensaba que tenía una buena historia que contar. Olfato. Como en una peli de detectives, el hombre se me aparecía por la calle, pero nunca era él de forma certera, porque al ser tan usual, tan común, todos se le parecían un poco. Viví la búsqueda con una ansiedad terrible durante horas en duermevela.
Al rato, cuando me desperté sudado me di cuenta que podía ser uno de esos sueños reflejo, en los que el tipo que buscas al final eres tú mismo y quizás por eso tanta pesadilla: por saberme insípido ya con tan pocos años de vida. Es lo que nos pasa, supongo, que al final, de seguir el caminito marcado de los días y las ideas preconcebidas en la agenda de los días, pues eso, que nos volvemos todos un poco muermos y en lo más hondo lo sabemos.
Cuesta aceptarlo cuando todavía se es joven pero hace tiempo que te obligan ir dejando de serlo. Mira, en la facultad, por ejemplo, siempre fui el primer despistado que se quedaba charlando en la puerta antes de entrar a clase. Enganchaba una conversación interesante con un colega y al final, sin querer, no entrábamos. Sobre todo porque, la mayoría de las veces, eran conversaciones magníficas, estimulantes, propias de una vitalidad específica del chavalerío en una universidad de Letras. Y a veces solo se trata de eso, de premiar la ferocidad de la belleza que ocurre frente a la cita obligatoria e insípida. Ese extraño rincón de realidad, ese milagro, pienso, hay que protegerlo.
Todo esto que te digo puede ser fruto del delirio febril que me traigo encima pero, yo qué sé, tiene su moraleja. Resistir a esta constante sensación agria de época solo es posible a través de nuevas razones que, muy probablemente, se encuentren en los momentos y lugares más insospechados. Y a falta de tiempo y espacio, incluso en los sueños. Tampoco hace falta ansia ninguna por encontrarlos, sino sencillamente identificarlos cuando aparecen y, una vez ahí, sacarles todo el jugo. Dicho esto, y con mis más sinceras disculpas, me vuelvo al edredón (snif), que falta me hace. Gracias por la compañía.