opinión
Diciembre son todas las cosas
«Esta cosa precaria del vivir, mezclada con una autoestima generacional que decrece por momentos, desanima al más pintado»
Hay pocos meses que me provoquen tanto recelo como diciembre. Tiene por costumbre hacer tediosos los días porque los días a esas alturas casi no existen. Y en la noche, de tanto frío y tanto resfriado que uno pilla, la mayoría de veces uno se ... encamina hacia una introspección que molesta. Diciembre evalúa. No sé tú, pero yo, al contrario de lo que se suele ser tradición, no hago cuentas el día 31. Las hago mucho antes. Pasa como esos días después del examen, que está por ver la nota, pero que ya te la imaginas. A mí me pasa que el último día del año intento ya olvidarme de las cosas. Nunca he terminado de pillar si en el fin de año la gente celebra que viene un nuevo año o que, más bien, el otro se acaba. El mundo podría dividirse, quizás, entre esos dos perfiles. En mi caso en esas fechas me acojo ya a un vacío festejar por festejar, ya te digo. Perfil bajo, ni muy contento ni muy triste, porque llevo ya un mes entendiendo que la mayoría de cosas que quería yo hacer, no las hice o se me olvidaron o simplemente eran imposibles. Sí, diciembre es el mes de la lechera y su cuento. Y en esas caemos todos.
Y mira que el año, día a día, está lleno de cosas hermosas, y en realidad no habría que hacer muchos planes porque el mundo tal y como lo conocemos, pues se acaba, que lo hablamos todo el rato. Pero sucede que en estas fechas se pone en marcha una industria de la ilusión que no te deja en paz. Que todo es 'brilli brilli'. Y no soy un Grinch, que yo caigo como una mosca, pero maldito 'brilli brilli' que luego da una jaqueca anual de padre y señor mío.
Lo peor es que se ve venir. Yo huelo ya los rumores de esa fábrica, los humos mal avenidos. Los tambores de galeras. Imagino pequeños umpa lumpas perfeccionando sus ideas de cómo convencernos una vez más de que la cosa funcionará esta vez mejor, no se sabe por qué extraña razón y fuera de toda ciencia. Es devastador.
Me dirás que es algo que pasa con la edad, y a mí a lo mejor es que se me está demacrando un poco la cara por lo que veo últimamente y, sobre todo, es que de la sensación de absurdo estoy pasando a la tristeza.
Si miro hacia afuera, hablo mucho con un amigo sobre esto, parece que a la gente le da igual que año que pasa, año que más cerca está todo el mundo de liarse tiros por cualquier cosa un día de estos. Y mira que siempre he pensado que hay un momento en la vida de cualquiera, cuando la vida avanza, en que la vida misma baja de pulsaciones. Y eso está bien. Pero aquí no le bajan las pulsaciones a nadie. Ni con la barba ya gris marengo. A la España más rancia, caduca y reaccionaria, Lorca los llamaba «putrefactos». Y yo creo que el concepto se explica solo y no hay mucho más que añadir para entender mis preocupaciones y lo que está pasando.
Si miro hacia dentro, supongo que me pasa lo mismo que a ti te pasa. Esta cosa precaria del vivir, mezclada con una autoestima generacional que decrece por momentos, desanima al más pintado. También pienso, por otra parte, que el vitalismo es una ideología y que no se trata de solo de resistir, sino de vivir. Eso que decían de las rosas y el pan. Que las queremos las dos. Pues eso. A ver si diciembre acaba pronto.