Opinión
Besos con lengua
Cuando aprendí a leer en silencio hubo algo como que se perdió y lo sustituí de forma enfermiza relatándoselo luego al primero que pillaba
Esta semana que viene se celebra en Cádiz el IX Congreso de la Lengua y se van a reunir un montón de gente allí para hablar de sus cosas. De las cosas de la lengua, vaya. A mí el tema me ha resultado siempre fascinante. ... Yo estudié Letras porque me gustaba más lo que se deducía hablando que lo que se deducía callado. De las cosas que más me costó cuando aprendí a leer fue dejar de hacerlo en voz alta, de alguna manera porque eso de la Literatura para mí siempre tuvo que ver con lo oral, con contarnos las cosas, y la manera más simple y llana es escuchando y diciendo. Cuando aprendí a leer en silencio hubo algo como que se perdió y lo sustituí de forma enfermiza relatándoselo luego al primero que pillaba. Hay algo en la lengua hermoso que tiene que ver con que necesitas al otro para disfrutarla. Porque el amor es sobre todo lenguaje y viceversa. Hablar solo, incluso, la mayoría de veces no deja de ser un acto de amor propio. Uno en el que intentas comprenderte un poco a ti mismo, si lo piensas, de la manera más primaria: con la lengua. En estos tiempos donde escribir es para muchos cada vez más un acto de onanismo intelectual, una forma de poder soltar tu perorata sin que te interrumpan de la manera más segura pues puedes medir las palabras y oprimir las que no convienen, hablar es un poco como poner la carne en el asador. Más de verdad. No miente. A mí, aunque solo sea por aburrimiento del oficio, me gusta más. La lengua, si puede ser, en la boca.
Cuando la gente habla se acaban muchos mitos. Si quieres fomentar el misterio, cállate, ya verás. Esta semana, por ejemplo, por si no te habías enterado, ha ido al Parlamento a comandar una moción de censura un tal Tamames que alguna gente que admiro admiraba mucho y resulta que ha abierto la boca y como hacía tanto que nadie le escuchaba, pues ha decepcionado al personal. Porque la lengua y el habla en el sentido más personal está atrincherada contra el tiempo. Sufre. Uno aprende determinadas palabras y luego no las suelta porque siente que son suyas y ya puede venirle un cambio de época estratosférico que muy difícilmente dejará de repetirlas. Las palabras nos pertenecen como nos pertenecen las anécdotas imposibles que nos pasan y recordamos a cámara lenta o la memoria sentimental que cada uno guarda como un tesoro. Es más, desconfía de quien cambia sus palabras cada dos por tres por conveniencia porque normalmente se trata de gente muy sospechosa que igual hoy te quiere, pero mañana ya no.
Lo complejo, como todo lo que tiene que ver con la comunicación, yo creo, es encontrarse con el otro y entender las palabras de otro. O al menos hacer el intento. El tal Tamames se aburría como una ostra, ya verás si ves por ahí algún meme, porque no quería ya escuchar a nadie. Y no es por una cuestión de edad, es que jamás vas a poder entender lo que pasa sin ese acto, sin esa intención.
Con todo, no puedo acabar la columnita de la semana sin decir que siento cierta envidia de quienes estarán por Cádiz los próximos días. Me pasa siempre, pero quizás esta es de las veces en que un poco más. Me quedo con el misterio, que como ya te he dicho no es poca cosa. Probablemente no hablen de nada de esto. Lo harán de cosas más importantes, seguro. Pero para un chaval como yo, que apenas sabe nada ni quiere, no sé, le gusta la lengua sobre todo cuando sirve para amar y encontrarse, para que hablar sirva para algo más que hablar. Para que la lengua, por qué no, besos aparte, sirva para algo más que para un congreso.