Opinión
Lo que arde
Un país donde interesa más el funeral de una reina extranjera que 5.000 hectáreas ardiendo en su propio suelo tiene un problema. Y gordo.
Llevo una semana preguntándome qué relación tenemos con eso que llamamos La Naturaleza. Así, en mayúsculas, entendida en su sentido más canónico, ya sabes: El campo y todo eso. De primeras te digo que el hecho de que esta columna la está escribiendo un urbanita ... es fácil de detectar. Llevo un rato dándole vueltas al comienzo y, como siempre que se quiere hablar de algo que se desconoce, ya he ido al lugar común. La cosa es que desde este piso mío, donde abres el grifo y suelta agua, donde la fruta y la verdura llega en bolsas de tela (muy ecológico todo), y las cajas de pizza se amontonan cuando el curro en la oficina telemática improvisada no te deja levantar el culo a la cocina, eso de El campo es una entelequia. Te lo imaginas. Lo romantizas, a veces, lo desdeñas, otras.
El caso es que es un mundo paralelo. Alguien que vive en El Campo y yo, hablamos el mismo idioma, el español. Pero si tenemos que empezar una conversación, en muchos casos, a ambos nos da la sensación de que el otro habla en serbocroata.
Esta semana Los Guájares, una zona rural que, si no lo ubicas, está en Granada, está ardiendo. Muchísimo. El peor incendio en la provincia en lo que va de siglo. El quinto peor de todo el año en España. Más de 5.000 hectáreas calcinadas. El desastre parece provocado, eso es lo que investiga la Guardia Civil ahora mismo. Pero la cosa, de una forma o de otra, es que buena parte de aquello se ha convertido en un páramo.
Ceniza con ceniza. Hay cortijos, incluso aldeas enteras, que se salvaron por una chispa. Por una lluvia a buena hora. Por un ramalazo de viento que por suerte no se dio. Y, con todos estos ingredientes, el sitio, claro, ahora nos interesa a todos.
Sobre todo a los periodistas. Como suele ocurrir, vemos una imagen en redes, y nos lanzamos allí, a sacar historias. De héroes inesperados. De gente que lo perdió todo. Clic. Clic. Clic. Y venga ese lenguaje meloso tan del gremio, cuando no de un asustaviejas de campeonato. Porque ahora sí interesan, ya te digo. Porque esto de El campo, parece, solo merece el micro y la cámara cuando la tragedia y la visita política cuando encarta en el calendario electoral.
El fuego, inesperadamente, nos hace empatizar con lugares que hasta hace un cuarto de hora nos traían al pairo. Y oye, el que no haya pecado, que tire la primera piedra. En esto es cómplice hasta el apuntador. Y yo lo que llamo es a la autocrítica. Ya no como periodista, sino como ciudadano.
Nos acordamos cuando arde y, mientras, solo cumplen como marco de esa serie de frases hechas que nos gustan tanto. 'Los olvidados', 'los rincones de ensueño', 'el secreto mejor guardado', toda esa descripción que condena a un lugar a los márgenes, a la visita esporádica, al lugar del turisteo intermitente y al 'qué bonito, pero yo no viviría allí'.
Te hablaba de la relación que tenemos con La Naturaleza por algo. La reflexión que saco estos días es que hemos condenado a miles y miles de hectáreas de territorio a cumplir con el deseo de darnos una paz simbólica. Como de consumo. «Me voy al campo, a refrescar las ideas». Como si fuéramos de safari y allí no hubiera personas y familias. Es más, joder, todo un sector económico que depende de ellas. Y sin embargo, lo dicho, si no arde…
Teniendo esto en cuanta, yo me pregunto: ¿En serio somos tan ingenuos como para pensar que un incendio como el de Granada solo sale de un malnacido que prende la llama? ¿Que no influye el hecho de que yo diga el campo, porque el mundo en el que vivo me convence cada día de que lo allí ocurre ni me va ni me viene? ¿Qué no va a pasar en pueblos donde la administración no presta los servicios básicos, donde su forma de sobrevivir, la más ecofriendly del mundo, se muere porque a la política, y qué narices, a la voracidad de un sistema económico nocivo para la vida misma, les sale a cuenta dejarlos en la más absoluta marginalidad? Y ya por último, ¿hasta qué punto no estamos siendo cómplices nosotros de esto? ¿A dónde estamos mirando?
Te lo digo yo. El día que empezó el incendio de Los Guájares se había muerto la reina de Inglaterra. Una semana después, yo, que todavía no me he enterado de la misa la mitad en esto de El Campo, lo único que puedo decir es que un país donde interesa más el funeral de una reina extranjera que 5.000 hectáreas ardiendo en su propio suelo tiene un problema. Y gordo.