«Virgo busca acuario. 1,82»
Te obligan a describirte en dos frases. Una foto. Y a volar
El calor pone de mala leche a la gente. Yo estoy incluido en la gente. Trabajar en verano me recuerda a 'El Extranjero' de Camus, donde al protagonista acababa por serle todo indiferente, hasta la muerte misma. Supongo que a la gota de sudor que ... no se cansa de aparecer se le puede echar la culpa de casi todo. Mi remedio está en pensar los temas triviales. Los divertidos. Si me muero de calor, antes que pagarla con nadie, al menos echarme una risa.
Tengo un amigo que se quedó soltero hace poco y se ha echado a las redes de Tinder, ese lugar. Quién no ha navegado los infiernos, que diría aquel. Hablamos por teléfono de vez en cuando y comentamos sus vivencias. Tiene algo de estudio antropológico. Es lo más entretenido, de hecho. En ese revoltijo de almas, la mayoría, deducimos, se convierten en personajes de ficción. Es lógico. Te obligan a describirte en dos frases. Una foto. Y a volar. «Que sepan quién eres» te dice la App. Y ahí, claro, un ser humano solo puede mentir o callar. La elocuencia, creo, la tenemos incorporada para hablar de los demás, nunca de uno. Ahí siempre hay fracaso.
Toda una vida buscando conocerte a ti mismo y resulta que lo tienes que decidir rápido y conciso, como el que pone un anuncio de zapatillas en Wallapop. «Casi nuevas, un poco gastadas, pero tiran bien». No me jodas. Mi amigo ha tomado la salomónica decisión de decir de dónde es, ponerse un poco lírico, luego algún lugar común y, por último, después de haberse roto el coco dándole vueltas, su altura. 1,82. Me lo cuenta y al otro lado del teléfono, yo estoy casi por los suelos. Llorando. Me cuesta volver a coger aire de la carcajada. «Por lo visto es importante», me dice.
Comprensible. Como todo lugar de ficción, las jerarquías son premeditadamente autóctonas. Hay veces que es el horóscopo. «Si eres Aries, no me hables». Sí, nuestra generación es precaria, pero nunca de inventiva. Pongo el móvil en manos libres y le doy una oportunidad. Investigo la compatibilidad del signo zodiacal entre mi pareja y yo. «Generalmente sus relaciones están repletas de mucho magnetismo y magia». Hasta ahí todo bien. «Pero el dinero no le suele durar mucho tiempo; parece que les quema en las manos. Y, claro, siempre están al borde de la ruina». Asiento abochornado con la cabeza. Nunca tengas prejuicio alguno, querido lector, querida lectora, la verdad aparece en los lugares más insospechados. En Tinder, incluso, por mucho que no quiera la gente, se muestra más de lo que se quiere. El síntoma del solterío siempre está latente. Sobre todo en los tíos, para qué engañarse. Otra amiga me pasó hace algún tiempo varias y nos faltó descorchar el cava. Uno que, con una foto de su careto en primer plano, decía: «Busco tener novia lo antes posible». Honesto. Otro, con su foto de escalador (ojo con la escalada y el gimnasio como único modo de vida del heterosexual patrio en estas lides), primero se ponía masculinamente poético. «Aún tengo la vaga esperanza de dar con una mujer distinta». Finalmente, nostálgico: «Quizás la encuentre en este estercolero de decadencia, supermercado de carne humana».
Quizás es que nos cuesta aceptar que son los modos que nos hemos inventado. Muchos se sienten poderosos con un dedo que menosprecia hacia la izquierda y valida a la derecha. Es lo turbio del asunto. Otros entran, porque es lo que toca, como mi amigo. A cualquiera le ha pasado.
Yo, confieso, conocí a Ana en un 'match' de esos, jugando a la maquinita. Sin expectativa alguna. Me habló de un documental de pingüinos y salimos rápido de aquel 'chat' del demonio. Ni nos acordamos, pero podríamos ser esa pareja que aparece en los reportajes del fin de semana diciendo: «Pues a nosotros, ni tan mal». El primer día que nos conocimos, me contó que trabajó durante tres años en el bar de debajo de mi casa. Justo al que yo no entraba nunca. Probablemente, muchas noches, nos encontraríamos tirando la basura o sacando al perro. La moraleja: entren a los bares, por Dios.