OPINIÓN
Amigo invisible
A menudo se dice que los amigos de verdad se conocen «en las malas» y, sí, algo de cierto hay en ello. Más que nada porque es en el error, en la peor de las caras posibles que uno tiene en el espejo, donde el amor se abre paso
Es sencillo caer en un pozo. Uno camina y, sin apenas darse cuenta, no se fija en un falso suelo, una baldosa mal juntada y luego, pasado el instante, ya no hay luz y te duele el cuerpo. Llegado el momento, a todos nos pasa. ... Sucede a veces que uno se siente solo. Y de esto estoy seguro. A todos nos pasa. Pero también diría que, quizás, una de las cosas más hermosas de vivir sea darse cuenta de que otras veces no. Un amigo es algo complejo de explicar y a la vez tremendamente fácil de entender. La amistad es, en todo caso, una de las formas más evidentes en que el amor se posa y se mantiene. Pienso en tantas veces que dije estar enamorado y, al tiempo, fue espejismo. Pienso en otras veces que dije estar enamorado y, al tiempo, mucho después, fue la mano que coge tu mano en el llanto más profundo. Y, sobre todo, pienso que el amor, siendo sinceros, ocurrió solo en esta última porque uno puede imaginar hasta que ya no y abre los ojos y mira a su alrededor. Hay algo en el dolor, en el pozo, que valida la amistad de una forma distinta. A menudo se dice que los amigos de verdad se conocen «en las malas» y, sí, algo de cierto hay en ello. Más que nada porque es en el error, en la peor de las caras posibles que uno tiene en el espejo, donde el amor se abre paso. Aunque para eso, claro, se ha de saber amar. Se ha de querer saber que hay otro y que, aunque los tiempos nos obliguen e inciten a lo contrario, te importa.
En el pozo hay momentos en que, le pasa a cualquiera, no se reconoce a sí mismo. Y, al menos en mi experiencia, he llegado a la conclusión de que quien no sabe perdonar a un amigo en horas bajas es porque no sabe amar. Solo consume. Si es sencillo caer en un pozo, imagínate ser capaz de dejar de mirarse el ombligo. Hay quien, de liana en liana, cambia de amor como cambia de chaqueta depende de la estación del año porque el ombligo manda. Y también he llegado a la conclusión de que aquellos en quienes lo percibo me dan pena. Quizás la característica más clara de que uno siente el amor fraterno es que, a pesar de que el dolor ajeno le pille a traspiés, se acerca, pregunta y se queda.
Podría decirse que, después de los años, he entendido que los amigos de verdad aparecen en la hora de la muerte, en todas sus acepciones. En los entierros o en los meses de duelo. En la depresión que te enclaustra en un sofá o en el desamor que te deja heridas en el pecho y por un tiempo apenas, si puedes, respiras. El amigo aprende rápido que el ser humano es, por encima de todo, errante. Y si no le interesan categorías tan absolutas como estas que cito, al menos insiste en decir que haría lo que fuera por su amigo. Ser un buen amigo te hace humilde, ya te digo, porque te obliga a bajar al barro en los momentos de gloria, porque comprendes que ese en cualquier momento podrías ser tú. Como ocurre con una expareja, con amigos que ya no lo son, en un café o un mensaje, comprende que hay amores que no merecen ni merecieron la pena. Vivimos en días, cada vez estoy más convencido, en los que lo más difícil es diferenciar a los que sí de los fantasmas.
Te hablaba del pozo y hace unos meses yo caí en uno. Ahora que en los medios hablamos tanto de salud mental, no está mal dejar las estadísticas y confesar la propia. No obstante, quería dejar por escrito que yo salí de ese hoyo a través de las voces de mis amigos. Como entes invisibles, ahí estaban. Los que eran y los que son. Una vez me ha dado la luz del exterior, tengo que precisar la descripción de lo que veo: el gesto marcado en el rostro, de época, rasgado por trabajos que los destrozan, por la precariedad galopante, por la ausencia de esperanza o futuro, sí, pero también la lágrima desacomplejada, el pecho henchido cuando toca y ese dolor que a veces incontable se acumuló en una mochila que llevan, como cualquiera, a la espalda, a todos sitios, aunque hayamos acordado, de vez en cuando, turnarnos para sobrellevar el camino. No todo es drama, claro. Lo trágico y la carcajada, el buen amigo lo sabe, forman parte de un mismo todo. A mis amigos los considero una suerte de linaje plebeyo, de selecto filtro que la vida me ha dejado y de los que tengo la suerte de aprender y amar. Por lo que sea, dicho sea de paso, ninguno de ellos ni es precisamente rico, ni lo parece. Cada cual que saque sobre esto sus conclusiones. Lo importante: empecé a escribir esta columna para hablar de ellos hace ya dos años. De lo que les pasa. De mi generación. No está mal, después de tantas escritas, utilizar esta para darles las gracias.