Ignacio Camacho - Una raya en el agua

El yate de los grifos de oro

En la primera España del pelotazo, una invitación de Khashoggi era un salvoconducto para la sociedad de la apariencia

Ignacio Camacho

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Su yate «Nabila» tenía grifos de oro y en su finca de Benahavís había, lo juro, un piano de metacrilato que tocaba solo. La propiedad, hoy conocida como La Zagaleta, se llamaba en los años ochenta Al Baraka y su dueño era, en efecto, un hombre afortunado. Al menos en sentido literal, porque Adnam Khashoggi poseía una auténtica fortuna, un pastón millonario. Lo había ganado con la compraventa de armas sin remordimiento alguno por participar en ese impopular mercado. Tuvo un papel importante en el «Irán-contra» de Reagan y aunque pisó una cárcel americana por un asuntillo de blanqueo de capitales jamás se sintió piedra de escándalo.

Khashoggi , recién fallecido en Londres, no fue nunca un magnate opaco. Le gustaba que su dinero hiciese ruido y organizaba fiestas muy horteras pero con gran boato . En la Marbella de antes de Gil, la del Rey Fahd, Bachat el Assad, los Albertos e Isabel Preysler, fue el último gran anfitrión, el rey de la ostentación de cada verano. Se largó cuando el gilismo empezaba a construir su cleptocracia bananera, porque los negocios exteriores se le complicaron. No hace mucho se le vio en algún regreso ocasional, anciano y enfermo, en un tono discreto alejado de la alharaca de aquellos rutilantes años. Ya no era su sitio, invadida como está su elitista placidez por rusos borrachines y crecientes oleadas de turismo barato.

Era un personaje como de novela de Harold Robbins, rodeado de un aura turbia tal vez más literaria que verdadera. Un saudí acaudalado pero plebeyo , hijo de un médico de la familia real, que dejaba correr con cierto agrado los rumores que incrementaban su leyenda. Bien relacionado con los jeques y con los Estados Unidos, se movía como un experto tiburón entre aguas intermedias . Su pretencioso esplendor de nuevo rico le convirtió en un símbolo en aquella primera España de los pelotazos, tan aficionada al oropel de la opulencia. Pero en aquellos festejos suyos de la luna de agosto, rodeados de una fama de libertinaje, no había nada de desmadre saturnal ni de bacanales secretas ; apenas se trataba de celebraciones familiares muy costeadas cuyo mayor despliegue solía consistir en fuegos artificiales y ballets piscineros de escuela de sirenas. Alguna vez hasta cantó Julio Iglesias.

Sólo que entonces este país, en pleno impulso de modernización, estaba empezando a deslumbrarse con la riqueza; eran los tiempos de la hoguera de las vanidades y de la socialdemocracia burguesa, cuando Solchaga decía que se podía hacer rico todo el que se lo propusiera. Ser invitado de Khashoggi representaba un salvoconducto en la sociedad de la apariencia. Visto desde hoy parece todo un poco ingenuo, un carrusel adolescente comparado con la posterior orgía financiera . Por cierto, el yate de los grifos de oro lo acabó comprando Donald Trump y acaso un tal Bin Laden se alojase alguna vez en aquella mansión de la sierra.

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