Edurne Uriarte
Y Rajoy derrotó a la espiral del silencio
No llegó hasta aquí fumándose un puro en el sofá o porque el resto era perdidamente idiota, sino por algunas cualidades
También yo he tenido varios incendios en los últimos años por defender el liderazgo de Rajoy, como Salvador Sostres donde Herrera el pasado viernes. Sobre todo con periodistas de izquierdas, pero también con alguno de los que Sostres llamaba ayer la «derechita cool». Y es que la valoración periodística del liderazgo de Rajoy es un perfecto ejemplo del poder de eso que Elisabeth Noelle-Neumann identificó y llamó con maestría la «espiral del silencio». Ese fenómeno en el que el miedo a discrepar de lo que se percibe como la posición dominante sume en el silencio a una buena parte de los ciudadanos. O de los periodistas e intelectuales, el fenómeno funciona igual, temerosos de llevar la contraria a la caricatura impuesta por la izquierda sobre Rajoy y ansiosos por encajar en la moda de la «nueva política».
Tras su enésimo triunfo, no creo que los miedosos reconozcan su fracaso analítico, pero imagino que al menos nos dejarán por algún tiempo explicar las cualidades de Mariano Rajoy sin provocarnos otro incendio. Puede que hasta admitan que este político no llegó hasta aquí fumándose un puro en el sofá o porque el resto era perdidamente idiota, sino por algunas cualidades. La primera, la del manejo de los tiempos, incluida la capacidad de esperar en el sofá. Sé que Mariano Rajoy es un admirador de Fuego y cenizas, el magnífico libro de Michael Ignatieff que lo es, entre otras cosas, por su teoría sobre la cualidad fundamental para un político, el manejo del tiempo: «Mientras que el medio natural de un pintor es la pintura, el de un político es el tiempo, porque debe adaptarse continuamente a sus cambios repentinos, inesperados y brutales (…) Lo que calificamos como suerte en política es en realidad un don para apreciar el momento exacto para saber cuándo actuar y cuándo esperar una oportunidad mejor».
Hasta sus más acérrimos críticos le reconocen la virtud anterior. Difícilmente las demás, eso sería reconocer su propia incapacidad analítica. Como la firmeza de ideas, ese proyecto de derecha moderada inmune a las modas que combina tres o cuatro ideas centrales sobre la unidad nacional, la seguridad, la libertad de mercado y el respeto a las tradiciones, con el acento en la eficacia de la gestión y la adaptación a las necesidades nacionales de cada momento. A lo que añade su independencia frente a la presiones de algunos poderes económicos, Rajoy sonríe interiormente cuando escucha las soflamas de Podemos sobre el Ibex, y de una buena parte de la élite periodística, esa que él distingue de la España real, la de los pueblos frente a Madrid, como recuerda constantemente.
Y todo lo anterior le ha funcionado porque también ha sido capaz de mantener unido a su partido, lo que en una democracia parlamentaria como la nuestra es una cualidad tan importante como el manejo de los tiempos. Basta ver el desaguisado provocado por Sánchez en el suyo, o el que amenaza a Podemos. Y, a riesgo de provocar un sofoco a las víctimas de la espiral del silencio, «derechita cool» incluida, resulta que Mariano Rajoy también tiene otra cualidad que le ha permitido llegar hasta donde está a pesar de la feroz oposición política y periodística, el equilibrio personal, esa capacidad para seguir siendo el mismo hombre en el fracaso, y, lo más difícil, allí donde tantos se autodestruyeron, en el triunfo. Sin haberse retirado de la política, como Michael Ignatieff, y sin volver a subirse a un taxi aún, distingue la vida de la política, aquello que el taxista le explicó a Ignatieff. Y la primera le ayuda a perdurar en la segunda.