Salvador Sostres
Y, ahora, desobedezca
La CUP siempre ha querido follón y caos y la independencia sólo les interesa como amotinamiento, como una demolición más del sistema
La resolución rupturista que incomprensiblemente aprobó Convergència a las órdenes de la CUP buscaba exactamente lo que ha obtenido: la previsible, unánime, e inmediata reacción del Tribunal Constitucional, que ha redactado la sentencia más obvia y fácil de toda su Historia.
Los alegres muchachos de la CUP tienen ahora a Mas donde le querían: entre la desobediencia y la inhabilitación, entre la investidura y el salto al vacío. El «president» está tan ansioso por permanecer en el cargo, y tan ofuscado por su debacle política, intelectual y humana, que no se da cuenta de que su única salida sería ahora rechazar el hipotético apoyo de los anticapitalistas, que si finalmente se lo prestan, será para hacerle saltar al vacío de la rebeldía concreta e inhabilitadora al día siguiente de ser investido, con la consecuencia segura de la suspensión cautelar de su cargo y el consiguiente follón que se armaría.
Follón y caos. Esto es lo que quiere y ha querido siempre la CUP, y la independencia sólo les interesa como amotinamiento, como una demolición más del sistema. El bisabuelo de Anna Gabriel -lideresa del sector más duro del partido- quemó su dinero en la plaza de su pueblo de Sallent, cuando parecía que iba a triunfar el comunismo libertario. Si su biznieta, que se reclama heredera de la tradición anarquista de su familia, inviste a Mas -que ya lo veremos- será para hacerle caer de más alto y sacar mayor provecho de su destino trágico.
Mas y Convergència cometieron el error de tratar a la CUP como a una suerte de alocadas juventudes del soberanismo. Les utilizaron para puentear a Esquerra y para debilitar a Junqueras, en la clásica estrategia convergente de debilitar a sus rivales fortaleciendo a los enanos que les crecen en los extremos. En 2006, para frenar a Esquerra, el equipo de Mas dio protagonismo a Joan Laporta, y para sabotear a los socialistas, ayudó a Ciudadanos de muchas más maneras de las que Rivera y Mas se atreverían hoy a confesarnos.
De cara a las elecciones del 27 de septiembre le dieron a la CUP rango de interlocutor para forzar a ERC a diluirse en la candidatura unitaria, y cedieron a los anticapitalistas el espacio de la izquierda y de la extrema izquierda, dando por sentado que en nombre de la independencia tendrían de un modo automático su apoyo parlamentario. Pero lo que acabó sucediendo, como muy bien resume Oriol Junqueras, es que «nos despreciaron a nosotros, que somos Fatah, y ahora tienen que entenderse con Hamás».
Nada que los convergentes no se hayan buscado, yéndose al extremo minoritario cuando estaban perfectamente instalados en el centro holgado, y buscándose a unos socios que no son sólo de ideología radicalmente distinta sino que pretenden exactamente lo contrario, y su único y gran objetivo político y vital es dinamitar el sistema burgués que Convergència representa.
La CUP se ha dado cuenta de que no investir a Mas es ofrecerle una salida para que pueda ganar tiempo y aliados nuevos. Si le invisten será con la condición de que tome al día siguiente medidas concretas que impliquen desobediencia, y lo jubilarán así de la política de un modo mucho más definitivo que si deciden privarle de la presidencia; y habrán creado un mártir y no un enemigo político que les acuse de preferir el comunismo al patriotismo, y de dejarse llevar por el resentimiento. Podrían presumir de generosos y mejorarían sus expectativas electorales.
Pero de todos modos siguen muy tentados de dejarle caer sin más cálculo, en lo que significaría la primera gran victoria de los «arreplegats» sobre el «establishment» tras 40 años de democracia; y eso no sólo es mucho, sino que probablemente lo es todo para estos chicos brutos, violentos y básicos, que ni aspiran a gobernar ni saben cómo se hace, y lo único que quieren es hacer saltar por los aires nuestro sistema de vida, si puede ser con nosotros dentro.